viernes, 17 de agosto de 2007

PARA LOS AMANTES DEL TEATRO

Para quienes estén interesados en un vibrante festival Internacional de Teatro Contemporáneo, ahí va la dirección:
http://www.fitclazarillo.com/
Llegar a Manzanares es fácil pero los organizadores no se han esmerado en el detalle. En fin algunas ideas: Ferrocarril, autobús, Km. 176 de la autovía de Andalucía, etc.

El programa para este año es atractivo y tentador y, además tenemos que fecilitar a la organización por la idea del tapeo y escena. Me apunto.

sábado, 4 de agosto de 2007

PARA EMPEZAR UN RELATO

J.A.

Cuando esto ocurrió tal vez fue mañana; no obstante, en realidad quizás estos hechos sucederán ayer; aunque a lo mejor el pasado futuro es contemporáneo y entonces ocurre que ya figura entre los estantes de las bibliotecas en el apartado de efemérides, o no, quién sabe si en este ambiente la memoria del disco duro apareció en el mañana de la noche que fue de día. En realidad, creo que nadie lo sabe.
Cuando anocheciendo una mañana J.A. tuvo que afanarse en la preparación de una opípara cena que se sirvió de desayuno, su mente anhelaba tener a su lado a aquel confidente que todo lo contaba, quiso contar con la vecina charlatana que silenciaba hasta el resultado de la quiniela deportiva y, además, pretendió jugar con el sumo sacerdote de lo espiritual que se dejaba aconsejar gozando de los manjares carnosos de la recatada mujer de sigilo rezo, pero entonces los pequeños ojos por los que irradiaba confianza conectaron con sus viejos y sordos oídos y la luz de la tiniebla alumbró el diagnóstico.
O tal vez fueron las frías temperaturas de aquel polvoriento verano lo que le llevó a disfrutar de un tremendo y excelso sol durante los meses diez del antiguo calendario y el de Eneas del nuevo, o es posible que el calendario tampoco fuera aquel y todo ocurrió en el hemisferio opuesto y la sangre se alteró sin que la mente lo descubriera, pero creo que tampoco estaba seguro de si el día de la semana era el de Mercurio o el de Venus, lo único que nos pudo relatar es que aquello le sucedió.
Pero tampoco hizo el desayuno, solo se preparó una caliente jarra con agua fría y tal vez aquel contraste le alteró los labios que se resecaron y las piernas se debilitaron y la mente sobre-actuó; nadie lo sabe.
Despierto dormía, trabajaba inactivo, veía en la oscuridad, bebía de un vaso ausente, comía de la fuente que un conocido artista reprodujo en el cuadro que colgaba de la habitación. Salió de allí rumbo a visionar el avance de su trabajo. El camino empezaba a considerarse una carretera de mediano comedimiento, en las coordenadas de San Pablo los cultivos florecían y prometían al menos una hermosa campaña, abundante y madurando un sabor y tamaño sin igual. El sudor caía en las hojas de las plantas y sonreían el inigualable caminar de J.A., aquello produjo la vuelta a la normalidad alternativa.
Sintió sed y hambre, miró al cielo y no se topó con las nubes blancas ni con el cielo azul, contempló el color ocre de las tierras que alguna vez había descrito en un papel con fe pública un escribano y que dijo al mismo tiempo que eran de su posesión y propiedad. Pensó que debía acudir al médico, pero al mismo tiempo consideró que lo que necesitaba era un agrimensor que deslindara las coordenadas de San Pablo.
Al día siguiente que al parecer creyó que se trataba de antes de ayer, al salir de la nave vio con sus pequeños ojos que el apero de gradas de disco se elevaba, la carcasa se derretía sin sentido y los arados de redondel quedaron alineados como emblema de los Juegos Olímpicos para después separarse, salir embestidos por la propia inercia de la gravedad y no juntarse ya nunca más. Cayeron sobre la carcasa fundida por combustión espontánea y allí desapareció para siempre la figura de la quimera onírica de alguien con buena voluntad que antes que él pensó que el mundo tenía capacidad de unirse frente a los problemas. Este fue el primer síntoma de que algo en J.A. no funcionaba correctamente. Lo que le ocurrió mentalmente con anterioridad fue el preámbulo. Sintió un dolor interno en su cuerpo y descansó sin darle más importancia a lo que había visto ocurrir al apero de gradas de disco. No lo comentó con nadie, tampoco le creerían.
El dolor amaneció con la noche en el cuerpo de J.A. al día siguiente, o tal vez ocurría en el día de la luna llena de la semana pasada del mes próximo. Sus largos y curtidos dedos que colgaban de sus fuertes manos se aposentaron en aquella zona que le producía el dolor, caminó unos metros escasamente, al aproximarse a la puerta de la salida y junto a la nave se encontraba la mula de cien caballos, la silla ya estaba puesta en su sitio, intentó asirse a ella con llave en mano, pero la electricidad de la débil mula no fue bastante alimento para ella en aquella ocasional mañana y se descompuso, las cuatro patas de la mula que en realidad eran cuatro ruedas se dispusieron a corretear alegremente pero en encarnizada competición alrededor del contorno de la sombra que el largo y recto cuerpo que J.A. proyectaba sobre la polvorienta tierra. J.A. observó que las cuatro ruedas hacían lo mismo, correr, correr y correr, sin embargo dos de ellas estaban mejor equipadas para la competición, entonces reflexionó, ¿por qué compiten las pequeñas? ¿Qué intentan demostrar? ¿Ganarán las pequeñas a las grandes? Las ruedas dejaron de girar a su alrededor no sin antes haber provocado con su malicioso juego competitivo un incendio sobre la mula que las había mantenido unidas durante toda su vida, el cuerpo de la mula se quemó quedando reducido a chatarra, las ruedas siguieron cada una por su lado para llegar al mismo destino sin ayudarse y sin acompañarse. J.A. volvió a sufrir el dolor, quedó sentado sobre la mayor de las piedras que había sobre aquella parcela de tierra de San Pablo y reflexionó que lo ocurrido con la mula es parecido a los hijos que devoran a la madre para entregarse en las luchas fraticidas que todo lo queman y lo derrochan, las ruedas llegaron a su destino sin caucho alguno.
El hinchazón de la bodega dio con su trasfigurada mente en el recordatorio de lo que eran los inmensos pechos y los generosos muslos de sus amigas o creía que lo eran, aunque en realidad imaginando, pensó que podía tratarse de las amigas de su mujer, pero algunas veces creyó que aunque pareciera increíble podría tratarse de los jugosos manjares de los que disfrutaban sus amigos por tener aquella suerte de mujeres ya que su delicado tacto no creía que sus enemigos pudieran ser tan afortunados. Sea como fuere durante aquella efímera reflexión sobre el sexo de los ángeles el dolor acudió de nuevo el antepasado lunes del año por inaugurar.
Pero entonces en su tosco caminar, que era otro síntoma de aquel estúpido y engorroso dolor, observó como las plantas del inmenso y espléndido maizal subían por encima de su coronilla le saludaban despidiéndose y eran engullidas por la fértil tierra de su santo favorito, de su San Pablo de todos los víveres, eran, las plantas devoradas por su fervoroso santo del sudor y de la justa faena, eran absorbidas por San Pablo y entonces comenzó una certera reflexión: ¿San Pablo habría vuelto a sus orígenes fariseos y se había olvidado del buen cristiano de la fe en el hombre y en el trabajo? O tal vez peor, ¿sería J.A. el que no llegara a entender la entelequia de la vida y de la vida sin semejantes? La cuestión es que su dolor, o tal vez San Pablo le estaban enajenando de lo que más apreciaba sin requerimiento previo y sin subasta en la que poder pujar.
Un hilarante sueño trabajando le produjo el dolor que no cedía. El placer de lo onírico lo sostuvo vital durante un instante inmensamente ocurrente. ¡Las sorpresas de la mente dormida! ¡Qué cosecha! Pensó junto a su grácil sueño J.A. Las cañas y mazorcas de maíz que desaparecieron debajo de la corteza terrestre se iban convirtiendo en bellas y exquisitas mujeres. Nunca J.A. tuvo los ojos tan abiertos y el santoral femenino tan fresco en su memoria. Al tiempo que recorría aquellos hermosos surcos de mujeres, descubría su rostro como si de la mazorca de una caña de maíz se tratara y les ponía nombre en función de la primera impresión que a sus encandilados ojos le parecían:
La primera en nombrar fue Dolores, y ya nos imaginamos por qué.
La segunda Rosario por que la vio de espaldas.
La tercera Juana por que la mordió y su sabor le recordó a los cultivos silvestres.
La cuarta Fraternidad, la siguiente Caridad, la siguiente Fe, y así una tras otra, a la antepenúltima le dio el nombre de Libertad, la penúltima Esperanza y a la última la llamó Milagros.
Sus rostros eran bellos y mágicos pero las siluetas de sus cuerpos estaban cubiertas por unas inseparables cañas que las hacía deseables e indesnudables. Se dormitó después de aquel sueño y el polvo de la tierra seguía ahí, el maíz efectivamente se lo había tragado la tierra y las mujeres se elevaron por encima de su cabeza hasta que no las pudo ver. Sus ojos volvieron a recobrar su pequeño tamaño natural. Olvidó el santoral.
Los feroces ogros de la medicina estaban para despacio. El dolor lo volvió a calmar posando delicadamente las yemas de su dedo índice y corazón derecho. Prosiguió su andadura por San Pablo, aunque a veces intranquilo llegó a opinar que tal vez se estaba encontrando con San Pedro. La verdad es que esto no llegó a confesarlo. Llegó caminando reposadamente hasta el brocal del pozo, miró por el circular agujero. Todo estaba oscuro. Lanzó una piedra. No la oyó entrar en el agua. Pensó de nuevo que estaba en otro jueves que finalizaba otra semana y que sus orejas ya solo servían para acoplar las patillas de sus clásicas gafas. Volvió a la nave a por ellas. Miró de nuevo por el agujero del pozo, se había secado inexplicablemente. El día siguiente recordaba que había regado el maizal que ya no existía pero en su interior pensaba que las mujeres lo habían agradecido porque les apagó la sed. Todo era confuso. Volvió a sentir dolor. Quedó rendido en el bálago, húmedo aún, del pozo sin líquido.
Al anochecer despertó alegre porque el Sol le deslumbró y le produjo sed pero el pozo no tenía agua. El dolor se había ausentado un largo rato y le dejó marchar hasta las ordenadas viñas que estaban para producir el mágico elixir del mosto. Llegó hasta las coordenadas de la viña pero en su lugar se encontró con un erial. Divertidamente pensó que había llegado a los dominios de algún vecino porque en su remota memoria tenía el recuerdo de haber trabajado para que los racimos colgaran de los leñosos sarmientos. Giró y volvió sobre sus pasos a volver a situarse, a orientarse, pensó que el dolor también le estaba trastocando aquel sentido tan necesario para andar por vías sin letreros de color azul. Sorprendido quedó cuando comprobó que su orientación anterior era la correcta. La sed se le pasó y tragó saliva. Regresó con cierto desamparo a la nave. Miró su símbolo favorito, regresó el dolor, la hoz había enloquecido y cortaba las ramas de los árboles que tan agradecida sombra producían. El martillo le cayó sobre la cabeza y J.A. enmudeció víctima de otro prolongado sueño.
Las teclas del piano se movían arbitrariamente, su sonido era el de un saxo, la percusión imitaba la alegoría del mundo subterráneo a través de un cilindro. J.A. salió despedido del mundo cilíndrico y quedó aposentado sobre una existencia plana dentro de un triángulo isósceles en uno de sus lados iguales, en el otro lado semejante podía contemplar a las féminas, el lado distinto que cerraba el triángulo era al que los habitantes de aquel mundo plano querían aspirar. Nadie lo conseguía, era el lado de la desigualdad.
Sonriendo despertó de aquel extraño sueño. Al menos lo onírico le había hecho recapacitar sobre su vital existencia. No deseaba vivir en un mundo plano aunque no existiera la desigualdad. El dolor, que regresó, le hizo sentir la imperiosa necesidad de implorar por su salud en busca de la libertad del ser humano, no obstante, al levantar la vista hacia el horizonte observó con cierta perplejidad que durante el trascurso de su raro sueño había quedado desguazada la nave donde tenía su centro de operaciones agrícolas. Recapacitó de nuevo y le pareció excesivo el tributo para continuar sobre la esfera humana. En realidad había perdido todo su entorno. En verdad ya no tenía donde ocuparse. No le había quedado sitio donde guarecerse. Le daba la sensación de que debía empezar de nuevo y además el dolor no remitía, sentía que el hilo que conducía al polvo terrenal se estaba agotando, quemando, consumiéndose en suma con su misma existencia. No recordaba que hubo una vez en que tuvo familia y amigos. Su mente se encontraba desesperadamente hundida. De los útiles de la cotidianidad sólo un teléfono móvil había quedado dentro de sus ajadas ropas, caminando de nuevo hasta el pozo también perdió el único instrumento que le podía mantener comunicado con el resto de su entorno más cercano.
Otro amanecer anochecidamente oscuro le separaba de la realidad. Las luces naturales también se debilitaban, entonces a lo lejos oyó la melodía socarrona de su olvidado teléfono móvil. Estaba convencido de que tenía que recibir alguna buena noticia por estúpida que fuera. Estaba convencido de que ya no podría continuar mucho tiempo en aquella dolorosa existencia. Estaba convencido de que no llegaría a alcanzar a tiempo el dichoso aparato que no dejaba de reproducir su programada y reiterada melodía de llamada. Estaba convencido de que, a pesar de ello, volverían a repetir la llamada y para entonces ya lo habría alcanzado. Así ocurrió, la melodía se apagó, pero J.A. desfalleció del cansancio y tampoco logró alcanzar su objetivo.
Al término de un instante, efectivamente, repitieron la llamada, J.A. rendido sobre el camino no podía levantarse, resopló lacónicamente y el polvo que generó su débil aliento cegó sus ojos. El teléfono seguía emitiendo y J.A. inmóvil y agotado pudo observar el generoso vuelo de una blanca paloma que ávida de curiosidad aposentó las garras de sus patas sobre el “Movistar” pulsando casualmente la tecla para recibir la llamada. Este movimiento generó que el equipo de profesionales que se encontraba al otro lado localizara, a través del satélite, la situación de J.A.
Las agujas del reloj de J.A. marcaban una hora fuera de esfera y la luz se hizo de nuevo. Llegó hasta su altura un equipado helicóptero. Alguien bajó del mismo y se acercó con rapidez a J.A., éste sintió un leve pinchazo sobre las venas de su antebrazo derecho y un líquido incoloro corrió por sus venas, las viñas aparecieron y sus enormes racimos brillaban esperando las caricias de las manos de J.A. Un diestro médico alcanzó la zona del cuerpo de J.A. en la que se producía el dolor, el agua del pozo inundaba de nuevo el majestuoso maizal que tanto sudor le había costado conseguir al laborioso J.A., el cirujano continuaba su trabajo en el desorientado cuerpo de J.A., la nave volvió a ser ocupada por su tractor polvoriento por la faena que había terminado recientemente con la grada de discos. El hilo de sutura cerró la herida gracias a la habilidad de una preciosa enfermera, el martillo y la hoz quedaron de nuevo inmóviles, como siempre, sobre la terraza que volvió a disfrutar de una encantadora sombra.
J.A. volvió a la vida gracias a que no estaba solo en el mundo y a los satélites que antes le habían hecho la vida algo incómoda.