lunes, 23 de noviembre de 2009

ESCUELAS DE CIUDADANOS

Que se lo apliquen ellos mismos. Pero ¿cómo se atreven a ser tan hipócritas?
Cómo pueden desde este poder municipal decirnos a los ciudadanos que esto es el ejemplo a seguir. Pero cómo se atreven estos miserables políticos de nuestro pueblo esgrimir la expresión de "ciudadanos ejemplares" utilizando para su propia proyección los nombres de todos aquellos que "pagados y primados" por el poder han venido a Manzanares a conferenciar sobre sus gustos y sobre sus tendencias. No tienen narices a exponer lo que diría el portavoz de los chalecos amarillos. Pero, ¿qué saben todas estas estrellas de las miserias de nuestro querido pueblo?
Miren ustedes, jefes de mi pueblo, yo entiendo lo que es la Educación para la Ciudadanía, pero ustedes tendrán que hacer el curso de acceso y con carácter de urgencia. Pero, ¿ustedes se creen que la gente que ha asistido de buena fé a estas conferencias necesitan de verdad que, alguien por muy ilustrado que sea, necesita que les diga lo que es ser un ciudadano?
Un buen ciudadano es el que no se apega al poder.
Un buen ciudadano es el que no insulta a sus opositores en los Plenos municipales.
Un buen ciudadano es el que no se atrinchera en sus componendas y chanchullos.
Un buen ciudadano es el que no utiliza el dinero del pueblo para darse un baño de multitudes amparado en la aquiesciencia de una estrella mediática.
Un buen ciudadano es el que no utiliza los medios municipales en su provecho en contra del resto de ciudadanos.
Un buen ciudadano sabe dar la palabra al adversario.
Un buen ciudadano escucha lo que le dicen sus convecinos.
Un buen ciudadano no está pensando solo en su porvernir económico.
Un buen ciudadano no es el que sólo piensa y defiende su escudo político.
Un buen ciudadano es el que quiere a su familia.
Un buen ciudadano sabe, generosamente, pasar el testigo del mando.
Un buen ciudadano no se confabula con los amigos de tus amigos para herirte de muerte.
Un buen cudadano sabe cuando debe defender a la gente de su pueblo.
Un buen ciudadano no es la gente que dirige mi pueblo.

martes, 17 de noviembre de 2009

BORRACHERA

BORRACHERA
(A PROPÓSITO DEL NÚM. 341 DE SIEMBRA)



Este mes va de vinos y de culpabilizar a otros de todos nuestros temores, responsabilizar a otros de nuestros miedos, este mes va de quemar un poco más las naves de otra generación. Como siempre ha hecho la derecha política. Genera el problema y luego se escuda en hipócritas discursos de las políticas que se han aplicado.

Mires ustedes, los jóvenes del botellón no son antisistema ¡ojala lo fueran!
Miren ustedes, los jóvenes no son taciturnos ni se han enrocado en posturas radicales, ¡ojala lo hicieran!

Los jóvenes no han creado un mercado laboral que devora al ser humano antes de haber llegado a los cincuenta años.

Los jóvenes no han creado las televisiones privadas que tanta bazofia arroja por nuestros hogares a través de las ondas.

Los jóvenes no han participado en engendros tan perversos como “Gran Hermano” que prostituye a la juventud por un dinero nunca efectivo, en beneficio de una audiencia para generar dividendos a los accionistas que luego se asombran de que algún que otro joven, desesperado, les lance un exabrupto.

Los jóvenes no han militarizado ni armado el Planeta.

Los jóvenes no son los propietarios de las redes de distribución de las drogas ilegales y de la trata de blancas.

Los jóvenes no son los que estafan en los municipios.

Los jóvenes no son los que generan la gresca política.

Los jóvenes no son los que han ideado un sistema fiscal insaciable que ha provocado que los establecimientos de bebidas (bares, discotecas) tengan que ajustar los precios para no perder un dinero que la juventud no tiene por falta de trabajo, de perspectivas y de futuro.

La juventud estudia, a pesar de los vaivenes de los distintos sistemas educativos tan pervertidos por el asunto religioso.

La juventud que tiene empleo, trabaja y es responsable.

La juventud es noble y quiere sentirse protagonista de su tiempo. Como siempre ha pretendido la juventud en cualquier época.

Si pretenden arreglar el botellón con la bofetada sin preguntar a la juventud sobre otras muchas cosas que les afectan, jamás lo conseguirán.

jueves, 5 de noviembre de 2009

CARTA DESESPERADA

CARTA DESESPERADA


Ahora por mi pueblo pasa otra vía de las buenas. Ahora mi pueblo también lo cruza una autovía que enlaza el Este con el Oeste de la península. Hace ya mucho que también lo cruza una de Norte a Sur. También tenemos ferrocarril, que algún día se modernizará y tendrá una velocidad más rápida.

Todo el envoltorio de mi pueblo se modifica, crece y se desarrolla, tanto, que este pueblo sigue siendo tierra de paso, ya ni siquiera es un pueblo de parada y fonda. Aquí ya no paran ni las águilas, pero nuestros jefes, todo lo miran con una autocomplacencia desmesurada, intratable, demagoga y pendenciera. Sí, pendenciera, porque cuando no tienen con quien reñir, buscan la excusa y montan la bronca. Que es lo único, y digo lo único, que dominan.

Pero, aquí, en mi querido pueblo, ya no paran inversores, porque están hartos de las broncas.

Pero, aquí, en mi maltratado pueblo, ya no se detienen empresas, porque no les parece bien aguantar las bobadas emanadas de un verbo fácil y temerario.

Porque por aquí, todos pasan pero nadie se queda.

Pero, aquí, en esta encrucijada, ya no se quedan cooperativas inversoras, porque no les apetece dejarse seducir por el dirigismo del poder absoluto y pendenciero.

Pero, aquí, en este cruce de caminos, ya no planifica la Administración Central, porque observa que somos un pueblo estéril que sólo genera enfrentamiento fraternal desde el mismísimo núcleo del poder.

Porque por aquí, todos pasan pero nadie se queda.

Pero, aquí, en este punto del infinito, ya no nos observa la Unión Europea para crear industrias alternativas, porque a la alternativa no se la deja pasar. Todo son trampas y zancadillas.

Y todos se van.

Nuestros hijos se van porque aquí no hay donde emplearse.

Nuestros hijos se van porque aquí no hay donde se respete la diferencia del pensamiento libre e independiente.

Nuestros hijos se van porque aquí emplearse, es sinónimo de sumisión.

Nuestros hijos se van porque no hay gestión de nuestros enormes recursos.

Nuestros hijos se van porque no cuentan para nada.

Nuestros hijos se van…

Y cuando descubrí que ahora nos atraviesa otra vía rápida, pensé que el amo del universo ya tenía resuelta su gran incógnita para abandonar el pueblo. Pensé que ya tenía los cuatro puntos cardinales expeditos, sin embargo, luego caí en la cuenta de que no sabe conducir un vehículo -es Dios, no hay que olvidarlo- y luego reflexioné: “Si no sabe conducir un vehículo, ¿sabe conducir un municipio?

Aquí ya no para nadie. Todos pasan. Todos se van… sólo uno se aferra al trono.

lunes, 2 de noviembre de 2009

LA MONEDA DE ORO




LA MONEDA DE ORO

El último regalo que Rebeca hizo a su amado esposo con motivo de su pasado aniversario de bodas había sido un cinturón de piel de color negro y de reconocida y prestigiosa marca. Eran ya demasiados años de convivencia en matrimonio, en realidad el próximo aniversario era el de los veinticinco años, iba a hacer las bodas de plata con su querido esposo Darío. En realidad se habían hecho todo tipo de regalos en aquellos años de convivencia. Recordaba que un año le regaló un libro sobre la pesca que tanto le gustaba a su compañero. En otra ocasión el regalo consistió en un reloj que aun conservaba en perfecto estado de funcionamiento. Era de una gran marca. Las cosas a nivel económico le iban bastante bien al matrimonio formado por Darío y Rebeca. Pero ahora ya no sabía que regalar. Había repetido algún que otro regalo. A Darío le ocurría lo mismo. Él recurría con demasiada frecuencia a los socorridos ramos de flores de última hora.
Rebeca rondaba ya los cincuenta años y se conservaba bastante bien. No llegaba a los sesenta kilos de peso y disponía de una gran vitalidad y agilidad gracias básicamente al deporte que hacía que en realidad tampoco era mucho ya que su trabajo de directiva en una compañía de telecomunicaciones no le dejaba mucho tiempo libre. Fumaba tal vez en exceso aunque no consumía apenas alcohol.
En esta ocasión pretendía que su aniversario de bodas fuera algo muy especial, quería que su esposo lo recordara para siempre. Tenía la idea de ofrecer un regalo que llenara de vida el espacio que la monotonía se había ido comiendo por el transcurrir de los días. Llevaba al menos un mes pensando en el regalo de las bodas de plata pero aún no había conseguido aclarar su mente. El trabajo le absorbía bastante tiempo. No había podido darle hijos a su querido Darío pero esto era algo ya superado por la pareja. La adopción la trataron durante algún tiempo pero acabaron desechando la idea por lo problemático del asunto y el tiempo que había que dedicar al mismo.
Pero ya tenía que saber en qué iba a consistir el regalo de las bodas de plata. Le quedaba apenas una semana para la fecha. Cuando el trabajo se lo permitía, desde el mismo visitaba alguna que otra página web, pero lo que pasaba a través de la pantalla de su ordenador tampoco llegaba a satisfacerla por completo. Un día aprovechó un viaje de trabajo a la capital y se entretuvo contemplando escaparates en la zona centro. Todo lo que se encontraba a su paso le resultaba muy clásico. Tiendas de ropa, joyerías, perfumerías, librerías, en fin, Rebeca no hallaba un regalo que cubriera sus expectativas. Comentó una mañana, mientras tomaba café, el asunto con su compañera Laura, ésta le explicó que ella en un cumpleaños de su esposo le había llevado una masajista sexual y que lo pasaron estupendamente y que ya no se hacían otro tipo de regalos desde entonces. Una sonrisa consiguió arrancar de Rebeca este comentario, pero ella tenía claro que no entraría en ese mercado. Le parecía que la dignidad humana estaba por encima de todo y no le sugería nada en absoluto alquilar el cuerpo de un ser humano para estos fines. Todavía podría ver con buenos ojos regalarle una mascota a Darío. Laura también le comentó que una vez su esposo le había regalado un crucero por el mar Báltico y que quedaron bastantes satisfechos de aquella aventura.
No obstante a Rebeca no acababa de convencerla la idea del crucero, también le parecía un regalo muy clásico y tampoco le apetecía ser objeto de las modas contemporáneas.
Llegó la víspera del aniversario y Rebeca no había conseguido dar con el regalo que quería hacer a Darío y las prisas de última hora empezaban a angustiarla. Aquella mañana salió del trabajo y se dirigió en su vehículo de nuevo a la capital en busca del detalle para Darío. Mientras conducía su Opel Omega por la autovía, su mente no cesaba un sólo instante. ¿Un disco?, no, ya lo había regalado en un cumpleaños. ¿Un ordenador portátil? Eso podría gustar a Darío pero ya tenía un ordenador en casa y le parecía mucho el dinero que tendría que invertir. Tal vez el asunto de la masajista no sería tan tremendo como pensó en un principio. Pero no, no y no y además no sabía donde tendría que ir para hacer semejante encargo.
Con la mente revuelta llegó al aparcamiento del centro de la ciudad. Retiró el ticket y aparcó su vehículo. Se encontró de nuevo frente a las galerías comerciales más variopintas. No encontraba lo que andaba buscando. En una de las calles adyacentes al centro comercial descubrió un rótulo que decía “artículos de esoterismo”.
Al llegar al establecimiento observó que no tenía escaparate y sobre la fachada y a modo de placa anunciadora y en piroloxín sobre plancha se repetía la frase del luminoso vertical. No había timbre al que pulsar para llamar, un antiguo llamador de bronce colgaba sobre la puerta de abedul y haya antigua. Elevó su brazo derecho y con su mano alcanzó el llamador que representaba la pezuña de un animal extinguido, golpeó y la puerta se abrió.
Una cortina de oscuras tonalidades y tela grasienta tuvo que apartar Rebeca para acceder a las dependencias de venta de aquella insólita expendeduría. Echó un vistazo general por el local y comprobó sorprendida que la atmósfera que allí se vivía era claramente onírica, sacada de un extraño sueño, todo lo que podía ver y tocar lo sentía con sensaciones que jamás había tenido. Aquello era mágico de verdad. Rebeca pensó que tal vez en ese misterioso zoco encontraría el regalo de aniversario para Darío.
Un gigantesco saltamontes de papel pendía de un hilo colgado del techo y parecía querer hablar a Rebeca. Un fuerte olor a húmedo despedía un juego de muñecos de fieltro y que ella pensó que se utilizarían en sesiones de magia negra o tal vez de vudú. Sobre uno de los mostradores una pieza de latón pretendía representar al vacío en tres dimensiones. Una lámpara elaborada con cañas de bambú iluminaba débilmente una bola de cristal que despedía rayos de luz irisados. Una anciana mujer ataviada con ropas de color negro apareció al otro lado del mostrador y atendió a Rebeca.
Rebeca hizo una breve exposición de los motivos de su regalo y preguntó a la señora que con manos temblorosas la atendía qué podría regalar a Darío para celebrar sus bodas de plata. Rebeca no dejaba de sorprenderse de cada artículo con los que sus ojos se tropezaban a cada instante. Al fondo y sobre una estantería de mimbre observó que había una lagartija viva que no cesaba de caminar sobre aquel destartalado anaquel. La anciana sin mediar palabra se retiró a la trastienda. Una pequeña escultura en madera de ébano quedó observando Rebeca mientras la anciana había marchado a la trastienda. Aquella escultura parecía representar una mujer tocando un instrumento musical tribal pero de sus ojos parecía salir la mirada del miedo y del desprecio a lo inerte e inmóvil. En la pared de la derecha un pequeño óleo sobre lienzo representaba unas máscaras indias festejando un acalorado carnaval. Los ojos de Rebeca contemplaban entusiasmados aquel bonito retablo. Le recordó la orgía en la que participó de joven en su pueblecito natal y que con tanto placer disfrutó antes de conocer a Darío. Encima de aquel cuadro, otro lienzo sobre masonita hacía alegoría al icono de lo subterráneo, éste le inquietó y volvió a fijar sus ojos en el anterior. Sobre el alféizar de la ventana, una maceta de la que caían abundantemente hojas de mirto de un arrayán. La aguja de un viejo tocadiscos surcaba un LP con música ritual. Rebeca entre asustada y emocionada seguía a la espera de la vieja dependienta, su mente a veces se preguntaba sobre qué sería capaz de traer al mostrador pues apenas dejó a la buena señora alternativas dado que con su comentario anterior la puso en antecedentes de todo aquello que a lo largo de estos veinticinco años le había regalado a Darío y que no quería repetir. En verdad que parecía que había encontrado el establecimiento adecuado pues de todos los objetos de los que estaba surtida la tienda nunca hubiera pensado en regalarlo ni a su cónyuge ni a cualquier otra persona.
En su pierna izquierda, a la altura de la rodilla, sintió un ligero cosquilleo que era producido por la suave hoja de una planta tropical que se balanceaba al compás del ventilador helicoidal que colgaba sobre el techo. Sentir aquello sobre su rodilla hizo que sus pezones se le erizaran y recordara los mejores momentos de amor vividos junto a Darío. Su mente recordaba la violenta música de hard rock que entonces su novio Darío llevó a una vieja cuadra de un familiar, habilitada para aquellas ocasiones en mini discoteca, y de como era frenéticamente penetrada por el miembro de Darío a golpe de estridente guitarra eléctrica. Resignada, comprendió que ahora se conformaba con el ritmo agradable y relajado de una formidable pieza interpretada por artísticos dedos sobre el teclado bicolor de un gran clásico piano de cola. El giro del tam tam del disco de la tienda de artilugios extraños hizo volver su mente a su ubicación actual y se preguntó, ¿Esta señora, en verdad ha ido a por algún artículo? ¿Se ha olvidado de mí? ¿Pensará que no es cierta mi historia? ¿Por qué tiene que tardar tanto? Encendió un cigarrillo y aspiró relajadamente el humo nicotinado del mismo. Mientras fumaba observó una de las vitrinas acristaladas de una potenza de la tienda y comprobó que allí la señora anciana exponía tarros con aceites exóticos. Rebeca creyó al mismo tiempo que tal vez usar uno de esos aceites en la celebración de sus bodas de plata podría estar excitantemente genial y provocador, no quería olvidar ese detalle tan importante en cualquier relación de pareja y además tenía demasiado claro que en el sexo hay que estar renovando constantemente sino se quiere perder la plaza. Rebeca trataba este asunto tan importante de la vida como el propio trabajo pero le resultaba más gratificante la remuneración sexual aunque fuera más efímera y por eso mismo creía que había que ejercerla muy, muy cotidianamente. No se podía abandonar al libre albedrío esta cuestión.
Para evitar ponerse nerviosa, comenzó Rebeca a pasearse por los espacios que estaban libres de objetos dentro de la tienda. Al aproximarse a una esquina con forma de cruz tau bífida observó que aquel espacio estaba guardado por una estatua de marfil que representaba a un guerrero egipcio. Sorprendida y temblorosa quedó la mente y el cuerpo de Rebeca. Comprobó con sus propias manos que aquel guerrero había sido esculpido en noble marfil y creyó intuir que podría corresponder incluso en el tiempo a la época que representaba. Acarició con intriga el haik que le caía de los hombros a los pies, era de una seda natural muy agradable al tacto, unos tonos policromos muy excitantes a los ojos, creía que cegaba al quedar fija su vista sobre aquel antiguo vestido. Su curiosidad no quedó satisfecha y alargó su mano derecha hasta la cabeza de la estatua, puso su pulgar sobre el áspid que llevaba el ureus que tocaba la susodicha cabeza y en ese misterioso momento una puerta se abrió y Rebeca quedó atrapada en un submundo desconocido y al mismo tiempo emocionante.
Al intentar dar el primer paso que inició con su pie derecho, miró al suelo que era de arena blanca y fina, muy agradable de pisar y de caminar sobre ella, pero descubrió que las botas altas de piel y tacón que llevó a la tienda habían sido sustituidas por unas sencillas y cómodas sandalias. Fijó la vista al frente y sus ojos sólo eran capaces de captar sol y arena, giró alrededor con su vista en alto y sólo era consciente de comprobar que en su contorno sólo había arena y sol, sol y arena. Comprendió Rebeca que podría estar viviendo un sueño o que el aire que respiró en la tienda esotérica le había transfigurado su raciocinio.
Sus dinámicas y elegantes ropas de ejecutiva le habían sido quitadas y cambiadas por un cómodo peplo de seda natural, sus cabellos quedaron sueltos y con sus movimientos parecían que peinaban el viento románticamente. Tenía que llegar con prontitud a algún destino donde encontrar civilización humana. Ya no le importaba quienes fueran. Sabía perfectamente que en el desierto no podía quedarse mucho tiempo. Caminando fatigosamente se dirigió en dirección norte, llegó a la cúspide de una gran duna a duras penas y allí encontró una cratera con agua limpia y fresca. Sin dudarlo bebió de ella hasta saciar su sed. Refrescó sus pies, bajó su vista y desde la loma de la duna observó con muchísima alegría el reflejo de lo que parecía una moneda. Llegó hasta ella y efectivamente era una moneda de oro rodeada por esqueletos humanos, temblando la cogió con sus dedos pulgar y corazón de la mano derecha. Lo primero que hizo fue examinar el canto de la insólita moneda, había una inscripción que decía: “El áncora es la felicidad, la cruz rasgada es la muerte” Miró el anverso de la moneda y efectivamente en el campo del mismo había grabada una cruz de áncora y un grafismo ininteligible para ella, giró la moneda y observó el reverso, allí había sido inscrita una cruz rasgada con un epígrafe conmovedor por lo extraño e intimidatorio por la propia orientación del grafismo.
Sólo tuvo fuerzas para sentarse sobre la suave arena. El sol martirizaba su piel, la moneda su mente. ¿Qué representa la moneda? ¿Qué debo hacer ahora? Se levantó y se puso de nuevo en camino pero no avanzaba, no era capaz de dar un paso adelante. No era capaz de avanzar en ninguna dirección. Volvió a sentarse y a examinar de nuevo la moneda de oro. Llorando y desesperada pensó que no llegaría a poder hacer el regalo de bodas argénteas a Darío. ¡Jamás debí acceder a la tienda extraña! ¿Cómo he podido ser tan torpe? ¡Qué desesperación! Seguro que recordaré... recordaremos las bodas de plata. Creyó estar atrapada por la moneda de oro. ¿Sería ella la causa de no poder avanzar? ¿Debería lanzarla al aire? No puedo arriesgar mi vida con ella. Puede salir la cruz rasgada y entonces estaré más perdida aún. Rebeca intentó retroceder sobre sus pasos arrastrando su cuerpo pero la duna había desaparecido y se había desorientado. Lo volvió a intentar pero su cuerpo se quedaba inmóvil. Entonces decidió correr el riesgo de lanzar la moneda. Antes de acometer esa acción respiró hondamente al menos durante varios minutos. Totalmente relajada y confiando en su buena suerte, lanzó la moneda al aire. El tiempo había corrido inexorablemente y ya era el día de su aniversario de bodas. Ya tenía la certeza de no llegar a tiempo para ver a su querido esposo en día tan señalado. Con la mano derecha se cubría del sol y con sus ojos miraba trémulamente la caída de la moneda. Puso la mano izquierda para atrapar su suerte, la moneda desapareció y Rebeca se encontró súbitamente en la primera terraza de un enorme y lujoso ziggurat.
Dos enormes columnas de soldados egipcios hicieron sonar sus vibrantes trompetas. A Rebeca esto la conmovió. A las trompetas, los soldados, les sacaban hábilmente un tipo de música antigua pero muy reconfortante para los oídos de la extrañada Rebeca que inició su camino entre las dos columnas de soldados. Unas bellas jóvenes agasajaban a Rebeca echando sobre el suelo pétalos de perfumadas rosas. Todas ellas se agachaban reverenciando a la guapa extranjera. Llegó hasta la segunda terraza del ziggurat.
Aquí Rebeca fue recibida por un gran cortejo de expertas damas en belleza femenina. La acompañaron dentro de una dependencia donde se acometían las labores propias para que una mujer pueda recobrar el esplendor de su condición y de su juventud. Dos de estas expertas mujeres le quitaron el peplo ajado por el viento y la arena del desierto. Tumbaron a Rebeca sobre una cómoda e insinuante camita, tumbada Rebeca, otras dos mujeres, una por cada pie, la descalzaron y tiraron las estropeadas sandalias que casi estaban derretidas por el calor de la caminata por la arena. Cuatro mujeres se aproximaron a la altura de Rebeca. Ésta no podía creer lo que estaba viviendo. Alzaron sus brazos y dos ellas con una crema muy suave depilaron sus axilas que dejaron armoniosamente bellas. Las otras dos mujeres se encargaron de su pubis depilándolo y dejándolo tan suave como la piel del melocotón.
Pasaron cuatro jóvenes, guapos y fuertes, alzaron a Rebeca y la llevaron hasta una enorme piscina, donde su excelso y nacarado cuerpo fue bañado en leche de burra. Seis diestras jóvenes con sus hábiles manos no dejaban de masajear al mismo tiempo el cuerpo de Rebeca. Un joven de color dentro de la piscina se ocupó con sus fuertes y experimentadas manos de endurecer los senos de Rebeca.
Los mismos jóvenes que la llevaron a la piscina se encargaron de sacarla lenta y dulcemente de su blanco baño y la aposentaron sobre un sillón. Sentada cómodamente, dos maestras en el aderezo femenino consiguieron que sus manos, dedos y uñas quedaran como las de la mejor de las Afroditas soñadas. Dos ilustres pintores, sacaron de los labios de Rebeca toda su sensualidad, perfilándolos de manera magistral, continuaron con sus ojos, pestañas y cejas. En verdad que Rebeca se estaba convirtiendo en toda una diosa de la belleza. Dos mujeres maduras se ocuparon de sus pies. Un imaginativo peluquero convirtió la cabellera de Rebeca en todo un monumento a la agradable sensualidad que toda mujer lleva dentro de ella. Una pareja de jóvenes y valientes soldados la erigieron de aquel sillón.
Con Rebeca de pie y desnuda, las trompetas volvieron a sonar alegremente. Dos esbeltas mujeres se acercaron hasta ella y le colocaron un hermoso haik de seda transparente, la tela que caía de sus hombros y que se anudaba a la altura de sus excelsos pechos, estaba incrustada de piedras preciosas, zafiros, rubíes y esmeraldas mayoritariamente.
Dos labradores de perlas, colocaron sobre su cuello un enigmático y bello collar de perlas naturales, de sus orejas unos preciosos pendientes a juego.
Todos a su alrededor guardaron silencio, las trompetas volvieron a sonar en señal de triunfo y un guapo hombre salió de una puerta con el tocado de Rebeca, se acercó a ella, le hizo una majestuosa reverencia y le colocó sobre la cabeza un exótico flabellum. Ni la mismísima Cleopatra habría estado tan guapa, atractiva, bella y deseable como lo estaba ahora Rebeca.
Cuatro jóvenes de color ataviados con un escaso shenti alzaron un trono sobre el cual colocaron a Rebeca y entre agasajos de los habitantes de aquel enigmático pueblo la elevaron hasta la última terraza del ziggurat y allí estaba Darío en la mejor de sus versiones. Alto, guapo, enamorado, apasionado...
Recibió a Rebeca con una postración y le entregó una rosa roja en señal de la pasión que sentía por la mujer más bella del mundo, Rebeca bajó del trono y ofreció sus sensuales labios a su esposo. Comenzaron la celebración de su más deseada efeméride.
El príncipe de aquel esotérico lugar dispuso todo lo necesario para que Rebeca y Darío disfrutaran como nunca de la celebración del aniversario de su unión matrimonial, cedió el lugar de la princesa y el de él mismo que fueron ocupados delicadamente por los enamorados del tiempo futuro. Comieron de los mejores y naturales manjares de aquellas extrañas tierras. Bebieron los espirituosos vinos y los dulces licores elaborados con los más sabios y artesanales procedimientos. Todos se unieron a la fiesta.
En la zona meridional de la terraza los conocedores de las artes amatorias de aquel paraíso hicieron colocar el más bello y extenuante de los tálamos del amor. Nunca una pareja había disfrutado tanto en sus bodas de plata.
Una pareja de bellas y jóvenes muchachas se dirigieron hasta donde estaba ubicado Darío, semidesnudas, asieron al esposo de Rebeca por los brazos y lo condujeron hasta el sitio del placer carnal. Dos ágiles, fuertes y morenos mozos hicieron lo propio con Rebeca que aún creía vivir en un mágico sueño.
Las muchachas despojaron de sus nobles ropas a Darío y los mozos retiraron del cuerpo de Rebeca el lujoso haik, se aislaron discretamente y los amantes se abrazaron tendidos y desnudos sobre el tálamo del amor.
Fundidos Rebeca y Darío en un agresivo abrazo que condujo a un dulce beso, parecían el enredamiento de la cola de un koala, Darío acariciaba acompasadamente las orejas de su amante, bordeaba sus lóbulos, pellizcaba dulcemente detrás de sus tiernas orejas. Rebeca clavaba sus adecentadas uñas con movimientos libidinosos sobre la fornida y fuerte espalda de su amante. Los dos jóvenes, empezaron al mismo tiempo, tierna y dulcemente a extender un agradable aceite sobre la sensual espalda de Rebeca, hasta llegar a sus bien constituidas nalgas. Las cuatro manos de los jóvenes egipcios sobre aquella parte de su cuerpo, hizo que Rebeca suspirara de gozo y placer. Las dos bellas jóvenes, perfumaban masajeando sensualmente, el torso de Darío. Ambos amantes no dejaban de jadear, besarse y abrazarse salvajemente. Darío se giró y de rodillas sobre aquella superficie de lujuria, comenzó a acariciar los hombros desnudos de Rebeca, continuando por su sensual espalda, al llegar a su cintura, se dirigió con sus hábiles manos hasta las perfiladas piernas de su amante que acariciaba amorosamente. Rebeca no podía creer que fuera posible percibir tantas excitantes emociones en un sólo día. Los dos mozos la elevaron mientras Darío seguía masajeando sus atractivas nalgas. Las dulces manos de las dos bellas jóvenes acariciaban con mucho tacto y sabiduría los pechos y el diafragma de Rebeca. Darío cambió los dedos por los labios y lengua, besaba y lamía con amor y pasión el bello cuerpo de su amante. Rebeca no pudo más y gritó de placer como nunca lo había hecho. Estalló en un abundante orgasmo.
Los dos mozos dejaron caer suavemente el cuerpo de Rebeca que recobró por un instante la noción del tiempo. Miró con tierna lujuria a su bello amante, acercó sus manos a su pecho, acariciándolo lenta y desenfrenadamente al mismo tiempo. Observó su miembro duro y erecto, se agachó hasta él y jugó con sus labios y lengua hasta que Darío ofreció todo su ardor, mientras ella succionaba la punta de la joya de su marido, las dos chicas se aproximaron y con la punta de sus lenguas recorrían con perversidad los testículos de Darío. Los dos egipcios acariciaban la nuca y nalgas de Rebeca. Los amantes vivían su mejor aniversario.
Las mujeres dejaron de jugar con sus bocas y los genitales de Darío. Éste quedó tendido con el miembro erecto. Los jóvenes izaron el cuerpo de Rebeca y tiernamente lo bajaron hasta el miembro de Darío. Ambos amantes quedaron unidos por la cópula del prisionero. Rebeca movía su vulva al compás del empuje del duro y jugoso ariete de Darío. Las bellas jóvenes besaban las tetillas de Darío y acariciaban sus muslos sabiamente. Los mozos a veces retiraban a Rebeca y la cambiaban de postura. Alternativamente Rebeca miraba la cara de placer de su cónyuge y otras, sus fuertes piernas. En cada cambio de posición, Rebeca inundaba con sus flujos del placer el miembro de Darío.
Las trompetas volvieron a emitir su celestial música que apenas era oída por la pareja de amantes. Todo en aquel lugar era celebración.
En la cópula que parecían imitar la picadura del escorpión Darío eyaculó salvaje y abundantemente sobre la cueva del placer de Rebeca, ésta al notar aquel cálido néctar desapareció de aquel insólito lugar.
Apareció de nuevo en la tienda de artículos esotéricos, la anciana dependienta la estaba esperando detrás del mostrador y alargándole la moneda de oro le dijo a Rebeca: Son cien euros. Rebeca desconcertada vació su cartera y le dio a la anciana todo el dinero que llevaba encima y le dijo a la vieja dependienta: Quizás el año que viene vuelva a por la moneda de oro.