miércoles, 3 de octubre de 2007

CRÓNICAS PLENARIAS. SEPTIEMBRE 2007

CONGELADOS AL SOL

La lluvia se convirtió en todo un inesperado torrente unos días antes del suceso. El agua que desparramó aquella densa nube por todos los rincones de Estuario de las Siete Absolutas anegó calles, avenidas, plazoletas; los conductos áridos no digerían lo que las bocas de acero vertían sobre ellos. Las vías se inundaron y el líquido natural fue considerado como causa del pánico que los vecinos comenzaron a inhalar desesperadamente. La tormenta cesó, los vehículos especiales de rojo, con su dotación humana uniformada, superaron la prueba y neutralizaron lo que las alarmas más torticeras y beligerantes propagaron por el lugar. El agua vertida preñó al río y la poza de siempre, con su absorbente esponja, volvió a tragarse, sin despeinarse, toda la inmundicia que el río le arrojó sobre el brocal. Todo volvió a su cauce, el río quedó desierto y la poza, despotricando a su más fiel estilo, restregó sobre el río toda la broza y la basura que el agua dejó a su paso por el lugar.
Pero ese martes último del mes de septiembre, ya con el verano concluido y con los brazos abiertos recibiendo a un esperanzador otoño, todos los ciudadanos tenían una meta en la mente. Todos los seres humanos que habitaban en Estuario de las Siete Absolutas generaban ideas y parían proyectos. De entre ellos destacaba la ilusión que los viticultores tenían sobre el fruto de sus vides. La generosidad de la leña que soportaba racimos de extrema calidad tenía que ser mimada, a veces agasajada, para que los pacientes enólogos encontrasen la fórmula para convertir ese magnífico fruto en el caldo magistral que todo paladar sabe agradecer, no obstante, ese noble proyecto se estaba zancadilleando y torpedeando por una disposición transitoria anacrónica, xenófoba e hiriente para con la humanidad de los obreros que de sus espaldas sobresalía la bisagra que hacía posible la realidad del sueño de los viticultores de Estuario de las Siete Absolutas. Ellos -los obreros extranjeros- también tenían su proyecto en mente: conseguir dignidad, no papeles.
Los chiquillos de las aulas de infantil soñaban e inventaban historias con sus nuevos compañeros de juegos, aprendizaje y travesuras. Los más pequeños eran portadores de un lisonjero proyecto. Con imaginación sin mácula y con picardía inocente e infantil proyectaban felicidad en sus hogares al narrar sobreexcitados todas sus nuevas experiencias a sus padres.
Los más espigados, en primaria y en institutos de secundaria, embobados con una novedosa materia. La Educación para la Ciudadanía se había convertido en todo un reto armonioso entre escuela y lo que hay fuera de ella, todo lo que discurre con normalidad por el núcleo urbano. Los chavales empezaron a comprender toda la palabrería que los adultos enarbolan en sus discusiones de barra y tertulias de café. Los chiquillos que inauguraron el curso con esa nueva asignatura tendrían claro, con el apoyo del claustro y de su entorno más cercano –la familia-, qué se respeta cuando se habla de democracia, qué se venera cuando se ensalza la paz y la justicia y qué se persigue cuando el término violencia es usado por zafios iluminados y groseros enemigos de la humanidad. Los que pusieron bozal a esa materia también tenían su proyecto aunque no fuese novedoso. Su aspiración era la de siempre, ignorar la Educación y mofarse de la Ciudadanía. Otro proyecto al fin y al cabo.
Los industriosos comerciantes de la ciudad hilvanaban a golpe de sentido suspiro, esperanzas en el legendario proyecto transportista de la ciudad. Hacían cábalas y verificaban cálculos inversores. Era la ilusión por agarrarse a un proyecto tan denostado como querido, tan maniatado como utilizado.
Las jóvenes parejas ilusionadas por el premio que una cópula bien cuajada podría reportarles y así poder compensar el agujero que en sus domésticas economías les estaba provocando el ascendente tipo de la hipoteca del hogar y, el prócer de Sanidad Animal de Estuario de las Siete Absolutas entusiasta en su proyecto delfín, escupiendo arrogantemente respuestas cada vez más oscuras e indescifrables a sus interpelantes.
Las amas de casa y mujeres en general guiadas por el rol de la institución local, miraban con alegría a los proyectos en los que dedicar unas horas a la semana con el propósito de conciliar nuevas amistades e interiorizar nuevos conocimientos y habilidades.
Los aspirantes a sociólogos y los dedicados al estudio de otras ciencias sociales, observaban con perplejidad la realidad en la que estaban inmersos. Verificaron como, con tremenda crueldad, se pisotean las ilusiones de todo un pueblo. Lo expuso muy esquemáticamente el prócer mutante. El pueblo vota, y acto seguido se destruye lo que ha expresado, salvo los nulos. No hay nada que analizar ni estudiar, ¡vamos hombre!, ¡hasta ahí podíamos llegar! Todos estos estudiantes veían con ilusión, apoyados en la torpe habilidad de este prócer, cómo se le da la vuelta a una interpelación para ofrecer una respuesta que es todo un despropósito para la dignidad democrática de la ciudadanía. En posteriores tertulias los universitarios achacaron ese comportamiento a que el prócer mutante no tuvo la suerte de acudir a clase de Educación para la Ciudadanía. En esto consistía el proyecto de los jóvenes de Estuario de las Siete Absolutas, si redactaban bien su tesina de fin de carrera, con las notas que tomaron de ese incidente, obtendrían matrícula de honor, ¡sin duda!
Pero al concluir el día, el cónclave político, en solemne asamblea coronada por una enorme imagen de un civil heredero de militares, tomó parte en los sanos proyectos de los ciudadanos de Estuario de las Siete Absolutas y por decisión del Sumo Sacerdote, todo quedó congelado. Todas las ideas fueron congelándose a medida que el César motivaba su particular proyecto. Todo congelado, expuso y así sucedió. Lo más paradójico del asunto es que toda ilusión y proyecto de todo un pueblo quedó congelado al Sol. Inexplicable, confirmaron los cronistas de la ciudad.

FALLADO EL CERTAMEN DE RELATO CORTO "CALICANTO"

En esta dirección se encuentra el fallo:

http://www.manzanares.es/docs/actavipremionacionalderelatocorto.pdf

Mi más cordial enhorabuena al ganador: José Manuel Moreno Pérez

FALLADO "EL CIEGA DE MANZANARES" 2007

En esta dirección se encuentra el fallo:

http://www.manzanares.es/docs/actavipremionacionaldepoesia.pdf

Mi más cordial enhorabuena al ganador del certamen: Antolín Amador Corona.

CRÓNICAS PLENARIAS. AGOSTO 2007

PANDEMIA ANIMAL


Margarita despertó el veintiocho de agosto del año dos mil siete a eso de las siete de la mañana. La hora acostumbrada en los días de trabajo en la época estival. Cuando el minutero del reloj recorriera por completo de nuevo su circunferencia debería estar en su puesto laboral cumpliendo con la tarea que su empresa le tenía encomendada desde hacía algún tiempo. Los meses de bochorno eran para madrugar y acometer el trabajo de un tirón, suponía un esfuerzo pero tenía la compensación de la tarde libre. Cuando cerraba el sistema del ordenador a mediodía un goce de liberación acudía a los poros de su piel. Podía alargar la tertulia de las cañas en la barra del bar de costumbre sin la presión que le suponía tener que regresar por las tardes al despacho. Después de una amigable tertulia cuando concluía la información deportiva del telediario, relajadamente, a casa. Un fresco gazpacho o tal vez un pipirrana con tomate, pepino y cebolla del lugar bien aderezado con aceite de oliva, de segundo, un pescado, de postre melón o sandía, todo ello regado con el mejor de los blancos y frescos vinos que producen las importantes bodegas de la ciudad. Acto seguido, una reconfortante siesta al abrigo de los escándalos de los famosotes del momento y, al despertar, a disfrutar del paseo al atardecer por la húmeda ribera del río con su mejor amigo: “Trolo”, un perro de extraordinario valor e inigualable belleza y porte que le venía haciendo compañía durante los últimos cinco años. Trolo era un magnífico pastor belga que Claudio –el abuelo materno de Margarita- regaló a ésta después de que ella regresara de un viaje turístico por las antípodas de su lugar de origen conocido políticamente como “Estuario de las Siete Absolutas”.
Sin embargo, cuando Margarita despertó de su nacional y nutritiva siesta, no sentía las gratificantes cosquillas en las palmas de los pies. En verano, siempre fue Trolo quien ocupaba el lugar del despertador vespertino sustituyendo el metal por acompasados lengüetazos. Con su lengua juguetona y cariñoso hocico conseguía una sonrisa burlona de los labios de Margarita y una chispa mágica de complicidad de sus ojos negros. Bostezando y levantando los brazos alzó del sofá y marchó de inmediato a buscar a su mejor amigo.
-¡Trolo! ¡Trolo...! ¿Dónde te has metido, canalla?, ¿dónde está mi chiquitín? –Estas frases recitaba cariñosamente Margarita mientras caminaba distraídamente por el interior de su vivienda tratando de encontrar al pastor belga.
-¡Vamos no te escondas, Trolo, que nos vamos de paseo!, ¡por el río!, ¡como todas las tardes!, ¡venga!, ¿dónde te has metido?
Cuando Margarita observó que Trolo no se encontraba en la única pieza de la vivienda en la que ella intuía que podría estar –la cocina-, su corazón se alteró y su mente fue presa de un tormentoso pensamiento. A su cerebro acudió la posibilidad de que Trolo se hubiese marchado de casa. Aquella idea la martirizaba interiormente y examinó con brusquedad de nuevo todas las habitaciones del piso. Llegó al lavadero de la terraza y allí, tumbado, halló a Trolo. Muerto.
La joven se arrodilló, cogió a Trolo por la cabeza y sollozando trató de reanimar aquel cuerpo inerte, de corazón en paro. Le susurraba frases de ánimo, fidelidad y amor. Las lágrimas acudieron a los ojos y su mano alternaba la limpieza del semblante con la caricia perdida por el cuello de su mejor amigo. Los recuerdos afloraron a la memoria. Nunca había pensado que pudiera producirse la circunstancia de perder a Trolo de aquella forma tan callada e inesperada, a veces, imaginó que podría escaparse para siempre anhelando el regazo amoroso de una semejante, pero jamás contempló la muerte de Trolo. Nunca. Su mejor amigo despedía una imagen de evocadora ternura, con la boca a medio abrir, la lengua sonrosada descansando sobre la parte izquierda, los ojos, aún brillantes, buscando su último horizonte, el rabo ensortijando el muslo derecho…
Sin asimilar el fallecimiento de Trolo, Margarita telefoneó a Ricardo, un experimentado veterinario de la localidad y que en cierto modo era el responsable de vigilar la salud del pastor belga, empero, el número marcado por Margarita no ofrecía otra respuesta que el tono de línea ocupada a pesar de cinco intentos seguidos que realizó. Con los nervios a flor de piel salió del piso donde habitaba junto a Trolo y pulsó el timbre de la vivienda de Lourdes, la vecina de escalera, que de inmediato abrió la puerta portando sobre sus brazos a “Mesalina”, una presumida gatita de las denominadas siamesas. El poco aliento que le había quedado a Margarita marchó de su cuerpo al comprobar que el animal que Lourdes cubría con su regazo también estaba muerto. No pudo creer que la enemistad de la que hacían gala ambas mascotas terminase coincidiendo tan fatalmente. Lourdes dejó el cadáver de Mesalina en el canasto de mimbre donde la gatita pasaba las noches y escuchó con atención lo ocurrido con Trolo y que Margarita le narraba con palabras entrecortadas por la desesperación y la mala fortuna.
Lourdes agarró, de igual forma que antes hiciera Margarita, el teléfono y llamó al veterinario de Mesalina. Abdón sí que atendió su receptor, sin embargo, al veterinario de la mascota de Lourdes no le sorprendió nada de lo que su clienta, amargada, le comentaba. Abdón tenía noticias de otras muertes súbitas de mascotas en la ciudad, incluso la suya propia, Incitato, un majestuoso caballo de raza árabe y al que tenía tanto aprecio como lo tuvo Calígula con otro semental homónimo, estaba cadáver en las cuadras de su finca. No obstante, el veterinario no tenía respuesta para razonar lo que sucedía en el pueblo con los animales de compañía, todo se asemejaba a una virulenta pandemia animal inexplicable.
Doña Teresa, oyendo el jaleo que se traían las vecinas en el rellano, también salió de su vivienda, presa del pánico. Úrculus, un jilguero al que nunca le faltó de nada, dejó de cantar aquella tarde, lo portaba sobre su mano la buena mujer justificando la pena que inundaba su corazón. La adornada jaula donde habitaba Úrculus quedó desierta esa misma tarde.
Las tres mujeres, las dos jóvenes y la anciana Teresa sintieron la necesidad de apoyarse ante el problema común que se les planteó aquella tarde y decidieron cobijarse en el piso de Margarita. Doña Teresa no soltó a su alado Úrculus y Lourdes recogió del canasto a Mesalina y en la vivienda de Margarita quedaron sentadas en derredor del malogrado Trolo. Al rato comprobaron, cómo, un malestar general se sucedía por toda la ciudad. Oían llantos y percibían lamentos de todos los rincones. Casi todo el mundo había perdido a su animal de compañía esa misma tarde. Margarita se sosegó un instante después de beber un vaso de agua e hizo la pregunta de rigor:
-Y ahora, ¿qué hacemos?
-¿Cómo que qué hacemos? –contestaron al unísono doña Teresa y Lourdes a la pregunta de Margarita.
-Sí, ¿qué tenemos que hacer con nuestras mascotas?, aquí no pueden quedarse eternamente. Tendremos que pensar en alguna solución.
-Espera que consulte con mi veterinario. Haced lo mismo vosotras –propuso Lourdes al tiempo que marcaba el número de Abdón.
Después de varias intentonas, los veterinarios no atendieron las llamadas de las apenadas mujeres. Siempre tenían la línea ocupada. Al cabo de un instante de silencio, doña Teresa habló:
-Lo mandaré disecar. Quiero que me siga acompañando aunque ya no me cante. Vosotras tendrías que enterrar a vuestros animales.
-No, eso nunca. No toleraré que a mi Mesalina se la coman los gusanos. La incineraré y sus cenizas las guardaré en una urna –dijo con determinación Lourdes.
-No sé si eso es buena idea y además, ¿cómo piensas incinerar una gata muerta? –desolada por la ignorancia, respondió Margarita.
-No hables con ese desdén de mi pobre Mesalina, por favor.
-No quería ofender, Lourdes. Es que estoy muy alterada. Perdona.
-Pues los tendréis que echar al contenedor de basura, aquí no pueden quedarse esos dos bichos muertos –víctima de la desesperanza, conminó doña Teresa.
-En ningún caso, buena vecina. Mi Trolo no puede mezclarse con la inmundicia de los contenedores de las basuras. No, eso sí que no –rozando la locura, se dirigió Margarita a su anciana vecina.
-Pensemos, no nos enfademos ni nos alteremos. Eso no servirá para nada –propuso indulgentemente Lourdes a las compañeras de velatorio múltiple.
Margarita paseaba por el interior de la vivienda tratando de ordenar la mente ante el problema que la muerte de Trolo le había generado. Llegó al salón y encendió el televisor. Sintonizó un canal local y sorprendentemente, el responsable de Sanidad Animal estaba siendo entrevistado. Llamó de inmediato a sus compañeras y todas prestaron atención a lo que el aparato receptor reproducía. En un momento de la entrevista el periodista, al que desde control le pasaron una nota, hizo la siguiente pregunta al cónsul local:
-¿Qué tiene que hacer un ciudadano de Estuario de las Siete Absolutas si se muere su animal de compañía? –El cónsul delegado de Sanidad Animal, tomó aire, lo expulsó, su ojos se enrojecieron, su alargadas quijadas se tornaron amenazantes y contestó:
-¿Pero qué clase de pregunta es esa? ¿Cómo se puede ser tan insolente al efectuar una pregunta tan torpe como esa? Usted debe saber, aunque no me extraña que por su moral no lo sepa, usted debe saber, usted debería saber que desde tiempos inmemoriales, vamos desde toda la vida, desde que el mundo es mundo, todo el mundo sabe lo que usted tan irresponsablemente pregunta. La ordenanza de policía, de acuerdo con la disposición décimo tercera donde queda recogido el reglamento aprobado según criterios de la directiva vigésimo quinta de la ley del tropecientos treinta y pico en su artículo cuadragésimo que regula la actividad en su disposición transitoria de las finales del decreto, deja claro lo que todo ciudadano tiene que hacer ante esa eventualidad. ¡Vamos hombre!, ¡qué ignorancia! Otra pregunta, por favor –el periodista ante la respuesta del prócer local, alzó los brazos en señal de reverencia y rogando perdón, se postró de hinojos ante el cónsul y le dijo:
-Perdone mi atrevimiento, su altísimo cónsul delegado. Debería ser azotado hasta que la ira de su divinidad quede en remanso sosiego…
Las mujeres que seguían ávidamente la respuesta del responsable local de Sanidad Animal quedaron perplejas y, con los ojos abiertos como platos, se lanzaban la pregunta de quién había entendido lo que tan “didácticamente” explicó el cónsul. Después de la lógica irritación inicial, doña Teresa expuso:
-Ha querido decir que recemos. Ha dicho desde tiempo inmemorial, ¿habéis oído?
-No, yo creo que lo que quiere decir es que los enterremos –aclaró Lourdes.
-Pues yo, sinceramente, no me he enterado de nada. ¿Tan difícil resulta decir que llamen a la policía, o que los entierren?, ¿para qué sirve toda la verborrea que le ha largado al periodista ante una pregunta muy concreta y hecha con toda la corrección del mundo? No tiene sentido. No puede ser que tengamos representantes tan absurdos. Ni el más temido de los tiranos de las siete colinas romanas hubiera contestado con ese desdén. ¡Qué hipócrita! Confunde el imperio de las siete colinas de Roma con el Estuario de las Siete Absolutas, ¿se piensa que somos súbditos o sus esclavos? y, el respeto por los animales ¿dónde queda en este señor?, ¿cómo se puede ser tan insensible?, ¡las personas sufren con las muertes de sus animales de compañía!, ¡será estúpido! –indignada, expuso Margarita.
Después de aquellos comentarios, el trío de exasperadas vecinas asomaron los ojos por la ventana. Las gentes de la ciudad que todavía gozaban de sus mascotas, hicieron un reguero solidario hasta la plaza del palacio del César. Toda la gente del pueblo, al escuchar al cónsul delegado de Sanidad Animal, pensó que tenían que acudir con los animales hasta aquel espacio y ofrecerlos en sacrificio al Sumo Pontífice. Ellas también decidieron unirse a esa expresión de duelo y consternación llevando entre sus brazos a las mascotas fallecidas.
Cuando llegaron al centro de la plaza, las gentes del lugar habían formado una gran torre humana e invitaron a que la presidiera Margarita que, vestida con un peplo de seda transparente, alcanzó con brío la cima de la atalaya de seres humanos, mientras los animales aún con vida los dejaron sobre el mármol del suelo proyectando un gran círculo de vida y esperanza bordeando aquella grandiosa manifestación de tristeza y solidaridad. Trolo, Mesalina y Úrculus quedaron arropados por un enorme manto de pedrería al pie del obelisco que coronaba la plaza de palacio.
Margarita dirigió los brazos al cielo e imploró:
¡Oh, gran cónsul de nuestro reino animal, invoco a tu ordenanza de policía de acuerdo con la disposición décimo tercera donde queda recogido el reglamento aprobado según criterios de la directiva vigésimo quinta de la ley del tropecientos treinta y pico en su artículo cuadragésimo que regula la actividad en su disposición transitoria de las finales del decreto, para que resucites a nuestros animales de compañía!
Pero aquello no sirvió de nada, sin embargo, la presión que ejercía aquella encadenada masa humana sobre la gravedad de la tierra provocó que los muros del embudo del Estuario de las Siete Absolutas zozobraran y entrara aire fresco en la ciudad llevándose el viciado por la monotonía y con él, al tirano prócer de la Sanidad Animal. Las mascotas fueron dignamente enterradas o incineradas entre todos los vecinos sin advertir lo que decía la indescifrable ordenanza.

lunes, 1 de octubre de 2007

UN PASEO POR ASTURIAS

ENCUENTRO EN EL LAGO


No se trataba de la cara oscura de la Luna, ni de los embriagadores anillos brillantes de Saturno. Tampoco del segundo de nuestros planetas con nombre de mitológica diosa que cuando despertamos nos sorprende como lucero del alba era, sencillamente, una porción de tierra que imprime mágicas sensaciones al caminante lo que descubrió el enjuto y afable Alonso, a lomos de su ilustre jamelgo que antes fuera bello y bravo rocín, en uno de sus innumerables viajes por la extensa geografía de esta hermosa y variopinta piel de toro.
Asomó su legendaria perspectiva a lo largo de la cordillera, comprobó que era inmensa, verde, abrupta en algunos de sus anejos y caminos, verde de nuevo y otra vez verde, muy verde; ese color verde que señala esperanza y hace que los ultrasonidos se perciban diluidos en ricos matices y que los sentimientos ganen la partida al rincón del olvido. Ese verde que distribuye generosidad en el espíritu y frondosidad en la turgente y suave piel de la bella figura que adoramos en nuestros gozos oníricos. Aquel territorio era para explorarlo, gozarlo y vivirlo al tiempo. Nuestro Alonso que siempre salió airoso en todas sus incursiones en mares y territorios desconocidos, supo desde aquel instante que aquella naturaleza, aquella singular porción de bosque y montaña era para disfrutarla y lograr sincronizar, con un ser mágico, una noble e inolvidable aventura.
Considerando que los ojos le engañaban cuando confundió el color verde de la pradera con el azul celeste y que quizás estaría siendo víctima de alguna conjura de sus viles enemigos, decidió espolear vivamente a su jamelgo de largas patas, de frente cejuda y de angosto y noble pecho. El viejo alazán, habituado a la aventura fantástica, obedeció ilusionado a su preclaro jinete y gesticuló con estudiadas reverencias frente a los verdes y tiernos arbustos que, acariciándoles el lomo, les daban fresca bienvenida a tan nobles personajes.
Al finalizar el descenso encontró Alonso unas singulares cabañas revestidas de verde cuyos frondosos tejados hipnotizaron su percepción de la orientación y, entonces, fue el ilustre jamelgo quien, acompasadamente, condujo al caballero hasta los aledaños de un refrescante manantial donde se abría paso el nacimiento de un chorro de limpias y bravas aguas, bautizado por los hombres de aquellas escarpadas montañas como río Saliencia. El viejo rocín refrescó en aquel arroyo sus morros y dio un par de sacudidas de satisfacción a sus lomos, provocando con el natural movimiento la caída de Alonso que irrumpió con desmesura entre las piedras del acantilado. Su brillante yelmo se perdió entre el follaje y las ramas del bosque y, su imaginación flotó sobre el valle.
La corriente del río arrastró al intrépido viajero que dio de bruces con una silenciosa cueva que acogía en su vientre a un extenso lago azul de proporciones gigantescas. Alonso recobró la verticalidad y el asombro se aposentó sobre sus sienes, sus párpados se abrieron y sus ojos desnudos contemplaron a la más bella criatura que hubiera imaginado. Con paso decidido la criatura de cabellera exultante, poblada de bellos filamentos rubios y sedosos, vestida con suntuosa túnica, portando sobre sus finos dedos de su diestra una madeja de hilo de plata y oro, arribó a la altura de Alonso, quien sorprendido, expresó:
-Bella y noble criatura del valle, ¿quién eres?
-Soy la ninfa de los lagos, de las fuentes y de los ríos –respondió con grácil voz la criatura de blanca tez.
-¡Por mil diablos!, no enojes a mi sabiduría. Las ninfas solo quedan sobre los caminos de donde parte el sol. En el de la vieja Roma y en el de la mítica Grecia.
-Yo soy la Xana, la ninfa de estos lugares. Aquellas a las que nombras solo son sacerdotisas apresadas por el protocolo y las fiestas Vestales. Yo soy una ninfa libre.
-Si es como tu dulce voz me cuenta, haz un guiño para que crea en tu libertad –la Xana emitió un silbido y un caballo salió a su encuentro, ella lo montó y le dijo a Alonso, ¿quieres ver el mar?
-A eso vine, pero dime, ¿qué équido tan extraño es ése? –preguntó Alonso señalando con su mano al animal que apareció de la boca de la gruta.
-Es nuestro caballo, tan milenario como yo. Le llamamos asturcón, es valiente y noble, tanto como el que tú montas.
-Bien bella doncella, pues vayamos al mar, allende las montañas, ¡vamos rocín! –imploró por fin Alonso a su jamelgo.
La Xana y Alonso a lomos de sus caballos sortearon todo tipo de obstáculos para alcanzar la prometida vista de la mar. Descubrieron un concejo que la Xana denominó Cudillero y en las cercanías de un pueblo llamado Castañeras encontraron el bravo mar Cantábrico. Alonso no creía que pudiera existir aquella natural maravilla pero la Xana lo condujo hasta un sitio aún más precioso. Era una bonita playa, callada, azul y transparente.
-Entre estos acantilados se acoge un silencio digno de la meditación y hecho para la poesía, Xana. Ahora, sí creo en tu libertad.
-Mira bien aquellos islotes que nos abrigan y refugian, ¡que sensación de paz!, ¿verdad noble caminante? –señaló la Xana aspirando libremente la brisa marina que acariciaba sus graciosas fosas nasales.
-Dime, diosa Xana, ¿qué ave tan magnífica se aposenta sobre el acantilado?
-Es el cormorán moñudo, el rey de la Playa del Silencio –aclaró la exultante ninfa.
-Si es así, callemos. No debemos cometer sacrilegios en sitios sagrados, el remanso y la limpieza de estas nobles aguas debe perdurar para siempre. El encanto de este lugar has de protegerlo, bella Xana –sentenció Alonso.
-¡Así es caballero!, y, así será de por vida.
-Ahora, querida Xana, he de ir con rapidez a narrar a mi bella doncella lo que mis ojos han contemplado. He de marchar de regreso, pero dime una última cuestión, ¿qué parte de España le digo a mi amor que he explorado en este mítico viaje?
-Dile, viejo amigo, que has estado en Asturias, ni más ni menos.
-Así se lo haré llegar, ¡descuida! –respondió a modo de despedida Alonso.
-Y tú, ¿de dónde viniste afable caminante? –se interesó la Xana.
-¡De un lugar de La Mancha!, ¡de La Mancha, querida Xana!, ni más ni menos –confirmó el jinete del viejo jamelgo alzando el brazo y despidiendo a la ninfa.