jueves, 16 de octubre de 2008

¡¡¡QUÉ GRAN NOTICIA!!!

http://www.elpais.com/articulo/espana/Garzon/investigara/represion/franquista/abrira/fosa/Lorca/elpepuesp/20081016elpepunac_6/Tes

Por otra parte manifestar la amargura y desazón que me ha causado la lectura de este mes la revista "SIEMBRA"

Flaco servicio hacemos a la comunidad que nos debemos con los artículos que la revista publica este mes referidos a la "Memoria Histórica". Me pregunto si estos articulistas tienen algo que temer porque se sepa la verdad y se ayude desde las Administraciones Públicas a reparar los daños que sufrieron las víctimas de la guerra civil y del franquismo.

lunes, 13 de octubre de 2008

ACTIVIDADES DEL POETA FRANCISCO CENAMOR

Queridos amigos: Os remito a un enlace del poeta y amigo Francisco Cenamor (por cierto, mi padrino literario) por si os interesan sus actividades con los chicos de ESO y de Bachillerato en vuestros institutos.

http://franciscocenamor.blogspot.com/2008/05/actividades-de-poeta-francisco-cenamor.html

jueves, 9 de octubre de 2008

TELEGRAMAS I.- EL VIAJE

I.-EL VIAJE

A media tarde llegó hasta el umbral de la puerta de la vivienda de Isabella el funcionario de Correos y Telégrafos, venía con prisa y también, por qué no decirlo, con cierto desaire. Le enviaron allí cuando estaba a punto de finalizar su jornada de trabajo. Llamó a través del portero automático. Isabella abrió la puerta. El funcionario preguntó por su nombre, ella respondió afirmativamente. La hizo de firmar el impreso correspondiente. Le entregó un telegrama. Las manos de Isabella temblaron, su mente se sumió en un mundo de confusión y sorpresa. Nunca tuvo buenas experiencias con aquel tipo de comunicación, que en verdad, ella pensó que correspondía a otra época anterior de la sociedad. Observó el sobre del telegrama. Efectivamente, iba dirigido a su nombre. Todos los datos eran correctos. En el margen superior derecho aparecía el anagrama de un avión. Algo le decía que el remitente de aquel extraño recado estaba más lejos de lo que ella suponía. Por fin se decidió a rasgar con premura el precinto del sobre, desplegó la hoja que contenía el texto del telegrama: “Buenos Aires.- Querida Isabella: podremos estar juntos una semana a partir del próximo día tres. Daniel”
Después de leer aquellas líneas, suspiró, miró al cielo. Pudo sentarse sobre la primera silla que encontró en el hall de entrada de su casa. Tomó aire, respiró de nuevo profundamente, se llevó las manos a los ojos, con los nudillos de ambos índices limpió un par de lágrimas que sin querer salieron de sus preciosos ojos. Retiró las manos de su vista, volvió a leer y a releer mil veces aquel dichoso telegrama. Por fin en su vida había recibido una grata noticia a través del telégrafo. Se preguntó: ¿cuánto tiempo estaba esperando esta cita?, ¿cuándo se produciría aquella proposición? Se relajó por fin, se tumbó sobre el gran sofá del salón sin soltar el papel del telegrama. Su máquina intelectual comenzó a trabajar de manera denodada.
Tenía tantas cosas que organizar, tenía que conseguir terminar muchas cosas antes de poder embarcar hacia el destino de aquella propuesta. Empezó a recordar que tal vez no le daría tiempo a conseguir billete para el viaje. Descartó de inmediato la posibilidad de hacer el viaje en barco, en ningún caso podría llegar a tiempo. Tendría que telefonear a la agencia de viajes. ¿En qué vuelo partiría?, ¿a qué hora?, ¿a través de qué compañía?, recordó una conversación con unas amigas en la que se comentó que las compañías nacionales eran más caras que otras que hacían escala técnica y que provenían del sudeste asiático. Recordó que éstas hacían el trayecto por la mitad del dinero, pero por contra tenían que el pasaje y tripulación eran orientales. Desechó aquella idea, en definitiva el vuelo sería largo y quería hacerlo de la mejor manera posible. No le importó el dinero en aquel momento. ¡Ah, el dinero! Pensó de pronto. ¿Qué moneda aceptarán en Argentina? Tenía que ir preparada de esos importantes detalles. Llevaría su moneda, el Euro, que sin lugar a dudas podría cambiar por dólares USA que estimó que sería la opción más normal después de las recientes crisis que ella recordaba que habían pasado y de las que estaba al tanto por los medios de comunicación de aquí. ¿Argentina?, ¡claro Isabella!, ¡claro! tendrás que poner al día tu pasaporte. Otro inconveniente. Pero no le importó tampoco ese detalle. Tuvo que levantarse del sofá y ponerse en pie para ir organizando todo. Se dio cuenta de que no era ir a la playa un domingo por la mañana. Eran muchas las cosas que había que hacer hasta desembarcar en el aeropuerto de la capital de Argentina.
Y ¿qué se yo de aquel país? Se preguntó para sus adentros. Sí que es un país de América del Sur, pero, ¿debo conocer algo más? Pues claro que sí, debo conocer algo más de aquel país y sus gentes. Hacía memoria. Sí ya recuerdo. Es el país de la plata y a eso debe su nombre. ¿Perón? ¡Claro! y ¡Evita!, ¡qué tonta, cómo no lo recordé antes! ¡La pampa! ¿Gardel? ... claro ¡EL TANGO! Por fin supo que le sacaría provecho al curso de baile que realizó hacía seis años en una academia de la ciudad y que estuvo patrocinado por el Cabildo Insular. Examinaba armarios, maletas, accesorios personales, ¿estaría allí realmente aquel tiempo? ¿Le saldría bien todo aquello? ¿Tendría que regresar antes de lo previsto? Isabella estaba hecha un mar de dudas pero las allanaba con la ilusión que su corazón desprendía. Estaba inundada de ilusión y pasión. El vello se le erizaba nada más pensarlo. ¿Qué llevaría en el viaje? ¿Cuántas maletas y con qué? Preparó el discman con música romántica. También un libro de cuentos. Una selección de las Mil y una Noches. Le gustaban las historias y aventuras que Serezade cuenta en ese clásico oriental.
Llegó al aeropuerto de salida de madrugada, eran las cinco de la mañana. Isabella guapa y elegante iba vestida cómodamente para soportar el largo viaje que se le avecinaba. No podía ocultar su nerviosismo. Estaba acostumbrada a realizar viajes en avión pero nunca los hizo de tan largo trayecto y jamás los hizo para encontrarse con un amor que hasta entonces, sólo era un amor de los llamados platónicos. Se acercó al mostrador de su compañía. El vuelo ya estaba anunciado en los paneles de salidas. Facturó las maletas, tomó café y se dirigió a la puerta de embarque. Tomó el asiento que le habían asignado: el número 45. Dejó su equipaje de mano en el departamento que existe para tal fin. Se sentó y contempló el aeropuerto iluminado de forma muy eficiente, a ella le pareció que aquellas luces alumbraban su felicidad y pasión. Se abrochó el cinturón, y escuchó atentamente las instrucciones que la sobrecargo del vuelo explicaba al pasaje sobre medidas de seguridad y salvamento en caso de accidente. Mera rutina pensó Isabella.
Isabella había planeado aquel viaje durante mucho tiempo, había acariciado cada detalle, cada lugar que iba a visitar… y tenía ganas de verlo a él… a Daniel...
Despegó el vuelo. El comandante hizo el saludo de rigor y ofreció unos ligeros detalles sobre las características del vuelo, del avión y de la compañía para la que trabajaba, ¡ah cierto!, también invitó al pasaje a que realizase compras en el avión “libre de impuestos”. Isabella apenas advirtió lo que el comandante dijo, su mente estaba ya en Buenos Aires. Realmente no sabía cómo era verdaderamente su platónico Daniel. Lo había conocido a través de un chat, y llevaban tratándose al menos tres años. Tres largos años de ilusiones, tres años de pasión oculta, tres años de sensaciones extrañas. Por las conversaciones que habían tenido se lo imaginaba agradable por supuesto. Culto. Inteligente. Sensual y atractivo. Pero todo esto era muy abstracto. Nunca había visto una fotografía de Daniel. Cierto que Daniel tampoco tenía la imagen de su rostro. Fue un pacto que hicieron al principio de conocerse a través del chat. Ahora, Isabella estaba un tanto arrepentida de aquel pacto que hizo pensando en que jamás llegaría este momento. Sobrevolaban las nubes, pero Isabella aún estaba más por encima de aquella altura. Su mente y su cuerpo estaban literalmente en el cielo, festejando la víspera de un gran acontecimiento. Amaneció y el Sol brillaba tanto que sus reflejos no dejaban a Isabella cerrar los ojos para soñar un poquito con su ser querido. Miraba hacia abajo a través de la ventanilla del avión y sólo encontraba agua, agua por todas partes. No fue capaz de divisar tierra en muchas horas. Las azafatas ofrecieron un digno desayuno.
El trayecto fue largo... muchas horas de vuelo hasta llegar al destino elegido, pudo escuchar prácticamente todos los CD´S que había preparado para el viaje, algunos, incluso dos veces. Se deleitó con la lectura del cuento de las esclavas de colores. Recordó que no había previsto cómo se las arreglaría en Argentina con la comunicación. Pensó que tal vez allí lo solucionaría, pero le desagradaba esa idea pues su intención era dedicarse en cuerpo y alma durante toda su estancia a disfrutar con su amor.
Llegaron al aeropuerto de Ezeiza entrada la tarde —18 h. locales—, al sobrevolar sobre aquella ciudad tan enorme, pensó que jamás encontraría a Daniel. Eso le entristeció unos instantes, pero recordó de inmediato que su ser querido la estaría esperando en el aeropuerto con un cartelito que diría “Yo soy tu chico, ISABELLA,” recordar esto la tranquilizó y se le sonrojaron las mejillas. Al acudir a recoger las maletas tuvo el primer inconveniente de aquellas tierras americanas. El personal de tierra del aeropuerto se había declarado en huelga de celo al fin de mejorar sus condiciones sociales y económicas. El mundo se le echó encima. Pensó en dejar las maletas y recogerlas más tarde. Estaba ansiosa por conocer a su hombre argentino. Así lo hizo, aparcó por unos momentos el problema de las maletas y se fue directamente hacia la salida. Llegó a la puerta de salida y allí no estaba Daniel, sus ojos desorbitados miraban y miraban por todos lados. Buscaba a la persona que alzara el cartelito que había recordado antes de aterrizar. Observó con preocupación, no obstante, que en el aeropuerto no había apenas actividad a las horas que eran y eso no podía ser sólo provocado por la huelga del personal de tierra. Se acercó al quiosco más cercano, compró un diario local y entonces comprendió. La ciudad estaba hecha un caos, el transporte público tampoco estaba operativo. Se hundió Isabella en la desesperación. Alcanzó su teléfono móvil al objeto de poder contactar con Daniel y poder avisarle de que había llegado y saber cómo llegar y a dónde y sobre todo cómo reconocerle. El teléfono tampoco funcionó durante al menos quince minutos que fueron los que Isabella invirtió en coger línea que fuera compatible con la que ella traía de España. Marchó a por el equipaje, ya lo tenía a la vista.
Un chiquillo de apenas doce años la ayudó a traspasar el largo y angosto pasillo que separaba la terminal del aeropuerto con la salida, el chaval comentaba cosas en voz alta que ella no comprendió muy bien pero que no obstante animaron su espíritu después de los percances iniciales. Llegó a espetarla: ¡viva la madre patria, boluda! ¡Qué guapa es la señora! Al llegar a la puerta del aeropuerto el mismo chaval se ocupó de pedir un taxi para Isabella, pues era, desde todo punto, imposible salir de aquel caos sin la ayuda de algún pícaro como aquel chiquillo delgado, ágil y bastante despabilado. Se despidió del chiquillo alargándole un billete de diez euros. Aún no había cambiado de moneda, no obstante, el niño cogió, dando un salto de alegría, la propina de Isabella.
Tomó un taxi, un vehículo de color amarillo con una banda de color negro en los laterales. El taxista preguntó a Isabella por la dirección a la que debía llevarla. Ella no conocía la dirección del hotel al que tenía que ir y que después de conseguir hablar con Daniel por el móvil éste le había dicho que tal como estaba el ambiente social de la ciudad el mejor para las pretensiones de ambos era el hotel “Río de la Plata”. Ésta fue la respuesta que pudo ofrecer al conductor del taxi. Tomó rumbo hacia la dirección del hotel el taxista, no sin antes advertir a Isabella de las dificultades que realmente existían hasta llegar allí. Podrían encontrarse con cortes de tráfico, manifestaciones, retenciones, etc. En cierto modo a Isabella poco le preocupaban ya esas cuestiones, su corazón le auguraba buenas sensaciones y tenía el pleno convencimiento de que disfrutaría la velada con Daniel. En la avenida Central de Buenos Aires el vehículo tuvo que detenerse para obedecer al color rojo de un semáforo. Isabella recordaba con nostalgia la última conversación que había mantenido a través del chat con Daniel en la que éste pormenorizó detalle a detalle el programa del que Isabella disfrutaría junto a él en Argentina. Esto le reconfortó el espíritu y le hacía estremecer sus sentimientos. El taxista era un señor de mediana edad, poco hablador, aunque a Isabella le gustaba oírle decir los adjetivos nativos y que para los españoles son tan característicos.
Después de un gran espacio de tiempo, alrededor de una hora, llegó al hotel “Río de la Plata”, agradecida despidió el taxi. Un botones que se encontraba a la puerta la ayudó con el equipaje. Pasó por recepción, se registró en el hotel. El recepcionista ya tenía instrucciones de Daniel. El conserje se las hizo llegar a Isabella: Daniel aparecería allí sobre las nueve de la noche, estaría en la cafetería del hotel. En realidad no era lo que Isabella esperaba, deseaba encontrarse con su amor lo antes posible, pero aquella circunstancia la hizo reflexionar, cuando, descuidadamente su imagen se reflejó en el gran espejo del vestíbulo de recepción. Pensó que aún tenía tiempo para aderezar su cuerpo para la gran cita, pues en verdad por los avatares del viaje no ofrecía todo el resplandor que ella era capaz de ofrecer a un amante. Tomó el ascensor, subió hasta la cuarta planta, abrió la puerta de su habitación, la número 45. Pensó, hoy parece ser que éste es mi número. No le dio más importancia. El botones la estaba esperando en la puerta con el equipaje que lo colocó dentro de la habitación. Tuvo que darle una propina al buen señor. Gracias señora, dijo el botones y la dejó sola.
Una vez allí, se instaló, deshizo el equipaje, ordenó su ropa en el armario de acuerdo a la función que cada prenda tendría en aquel romántico y excitante viaje a tierras de la Pampa. Pasó al baño, se desnudó, contempló un momento su cuerpo en el espejo. Tomó una ducha reconfortante, con agua tibia, los chorros del agua sacudían su cuerpo, se posaban sobre su delicada piel, sus poros se abrieron, respiraba de forma agradable, relajándose, disfrutando de cada segundo de aquella ducha. Después de limpiarse la espuma que produjo el gel, dotó a todo su cuerpo de una película de aceite que hizo que su piel se convirtiera en lo más sensible, sensual y excitante que todo apasionado amante desea gozar una y mil veces en el tálamo de Afrodita. Se vistió…
Eligió un vestido negro vaporoso con un poco de vuelo, sencillo pero muy elegante, medias de seda negras muy finas, prendas íntimas sensuales y provocativas y unos zapatos de tacón alto, negros. Se maquilló con cuidado, resaltando los ojos (negros y de mirada brillante, se diría que hablaban, transmitían deseo y esperanza) un poco de carmín color melocotón destacaban sus labios bien dibujados, atrayentes con cierto encanto de lujuria, la nariz era pequeña, un poco respingona, por sus tabiques sólo entraba la brisa de la pasión.
Peinó el cabello, negro pelirrojo y rizado que le caía suavemente por los hombros, los destellos de sus puntas emitían brillos salvajemente atractivos.
Se detuvo un rato delante del espejo, se miró y le hizo un guiño de complicidad al mismo. Quedó satisfecha pues pareció contestarle con un emotivo piropo.
Bajó las amplias escaleras de mármol blanco. Llegó a la recepción, charló brevemente con el conserje. Le pidió una somera información y salió a la calle, respiró el viento del deseo carnal como sólo una mujer enamorada lo sabe inhalar. Le apetecía pasear, descubrir cada avenida, cada árbol, sentía el aire fresco y aromado de la tarde, era primavera, el perfume de glixinas invadía el ambiente.
Entró a eso de las ocho en el Café… Era un lugar tradicional, amplio, de aquellos que conservan el paso del tiempo, los de toda la vida. Recordó que su cita era en el hotel, no obstante comunicó su cambio de decisión a Daniel a través del móvil. No le apetecía encerrarse tan pronto en el hotel.
Amueblado con mesas y sillas de madera de ébano, en la pared algunos cuadros de artistas conocidos… una barra semi-circular que ocupaba la entrada…con dos o tres camareros sonrientes y afables.
Echó un vistazo al interior... y se acomodó en una mesa pequeña y discreta al fondo. Cerca de la ventana, en ella había una pequeña lamparita de cristal de colores que la hacía aún mas íntima y acogedora, a un lado un jarroncito con florecillas índigo y rojas,que parecían moverse y sonreírle.
El camarero se acercó: ¿Qué va a tomar la señora? —preguntó.
Un café cortito, por favor, y una porción de tarta de frambuesas. Gracias.
El enorme reloj antiguo del fondo marcaba las nueve menos diez.
De súbito en la puerta apareció un personaje, alto, moreno, llevaba gafas, el pelo castaño un tanto ondulado, iba vestido informal pero elegante, miraba para todos lados con discreción... hasta que la localizó... se hicieron un leve gesto de cabeza y se encaminó hacia su mesa. Era la primera vez que se veían.
Hola. Soy Daniel —le dijo mientras se acercaba y no dejaba de contemplarla, le pareció la estatua de Afrodita que hubiera cobrado vida. Sus pulsaciones se aceleraban por instantes.
Hola, yo soy Isabella, encantada de conocerte... —pudo responder después de que a través de sus ojos llegara hasta su corazón lo más hondo y placentero que había descubierto jamás en un nombre nada más verlo por primera vez. Inconscientemente, Isabella peinó sus cabellos con los dedos de la mano izquierda.
Se hizo un leve silencio de unos cuantos segundos... Fue tiempo suficiente como para advertir en Daniel e Isabella que el deseo de besarse empezó a anidar en sus mentes, el deseo de la acaricia furtiva... improvisada...
Por favor, siéntate —le invitó ella.
Gracias —respondió y la besó en la mano derecha, humedeció sus mejillas.
¿Qué tal el viaje? —le preguntó él. Era un ser romántico, pero las palabras se le helaron al contemplar en vivo y tan de cerca la excelsa y sublime belleza del rostro de Isabella.
Un tanto agotador, pero bien —quería decirle con esas palabras de cumplido, lo que lo deseaba. Quería expresar con aquella frase hecha, todos sus pensamientos secuestrados durante aquellos tres años de pasión mecanográfica y virtual.
¡Estupendo!
Estaban cerca el uno del otro... las miradas se encontraban por primera vez… La tenue luz de la lámpara de la mesa reflejaba sombras chinescas con los rostros de ambos.
Un leve escalofrío recorrió el cuerpo de ella… Lo disimuló como pudo... Los ojos de Daniel la perseguían, la admiraban, la aturdían.
Pidió excusas y se dirigió en dirección al tocador. Su caminar trémulo descubría su enorme pasión, ardor y fogosidad esperando el momento de tenerlo enteramente entre sus brazos.
Estaba radiante por dentro y por fuera... sus gestos, su andar felino, hacían volver la mirada de algunos hombres. Regresó en unos minutos a la mesa... más relajada... más entera... más deseable.
La charla transcurría amena sobre cosas varias… los pies de ambos debajo de la mesa... se encontraron… tuvieron un roce suave… cálido.
Las manos también… se acercaron… El calor de él… hacía estremecer más y más el cuerpo de ella… De pronto... en esa proximidad… el acercó los labios al oído de ella...
Y le chamuyó bajito…:
—que bien que estás aquí... Dulce...— que ganas tenía de conocerte, de verte, de sentirte… así, tan cerca… después de tantas noches de imaginarte... de soñarte…
Ella un tanto sonrojada... se dejaba llevar… estaba extasiada… le ofreció los labios… que fueron besados, y saboreados largamente… fue un beso largo y profundo que ambos disfrutaban con mucho deleite y placer… realmente interminable…
Eran ya las nueve y cuarto, decidieron que quizás fuera buena idea salir a pasear un rato. Estando en la jamba de la cafetería que abandonaban, Daniel sugirió la idea de acercarse hasta la Plaza de Mayo, en definitiva por algún lugar tenía que empezar a enseñarle la ciudad. Isabella pensó que además de todo lo que ya había soñado con él, era además, un gran anfitrión.
En la primera esquina, existía un aparcamiento con carruajes de época de alquiler. Daniel la alzó por la cintura y la sentó cómodamente en un calesín que era tirado por un corcel blanco. Ella parecía vivir los momentos más románticos de su vida. Recordó todas las grandes etapas de su vida. Ninguna podía compararse con la que vivía en aquellos momentos. Ni tan siquiera el grato recuerdo del primer beso de la adolescencia. En el trayecto los amantes se besaron, no hicieron caso del conductor del carruaje. Algo le decía en su interior a Isabella que aquel pequeño viaje le recordaba los románticos paseos en góndola por los canales de Venecia. Llegaron a la plaza, Daniel pagó los servicios del calesín y continuaron caminando a pie. La brisa que llegaba del mar era suave y tierna como el principio de cualquier amor apasionado. Encontraron un pequeño restaurante y Daniel invitó a cenar. No importó en realidad la comida que disfrutaron durante la cena, sus labios se movían más para insinuarse y besarse que para el motivo por el que realmente se sentaron a la mesa. El vino consiguió estimular sus mentes hacia el deseo y la lujuria. Isabella propuso ir al hotel con la excusa de descansar. Ambos sabían que el descanso debería de esperar. Perdonaron el postre y en su lugar tomaron un taxi que los condujo con brillante rapidez al “Río de la Plata”. Les pareció corto el recorrido pues apenas les dio tiempo a besarse intensamente un par de veces acurrucados en la parte trasera del taxi.
Daniel se colocó a la espalda de Isabella cuando llegaron a la altura del ascensor del hotel, le puso las manos en los ojos a Isabella para que ella no viera cual era su destino. Daniel pulsó la tecla de la primera planta, no dejó de besarla y taparle los ojos. Isabella empezaba a adivinar que todo se iba a realizar tal y como lo había soñado tantas noches a lo largo de estos tres últimos años.
Daniel abrió la puerta, quitó las manos de los ojos de Isabella. Ella al abrir los ojos, sólo pudo lanzar una exclamación de júbilo y sorpresa. Aquella no era su habitación era una suite de lujo impresionante, justo lo que demandaba la ocasión.
Con la luz tenue ambos amantes se pusieron enfrente uno del otro, se besaron en los labios, sus lenguas se enredaron, no se podían separar. Estaban pegados como verdaderos imanes, abrazados y viviendo intensamente su pasión. Las manos de Daniel recorrían lentamente las orejas de Isabella, jugaba con sus agujeritos. No paraba de besarla. Jugaba con sus cabellos, ella recorría tiernamente la espalda hercúlea de Daniel, empezaba a gozar de aquel cuerpo tan deseable y magnánimo. Suspiraban. Respiraban con grandes estímulos.
Las yemas de los dedos de Daniel recorrían la piel del cuello de Isabella. A ella se le erizaba el vello. Besaba su nuca, le mordisqueó lentamente en su nariz y en sus labios. Besó sus párpados que tardaron en abrirse. Ella intentaba pasar su mano por el pecho de el. Desabrochó el primer botón de la camisa. Con la mano trémula llegó a rozar su tetilla izquierda, la pellizcó con cariño. Él bajó sus manos hasta la cintura de Isabella, acariciaba sus nalgas por encima del vestido. Le quitó los tirantes del mismo. Besó con ternura sus hombros desnudos. Los lamía, los mordisqueaba apasionadamente. No dejaba sus manos de acariciar ahora sus nalgas, sus glúteos, pasó su mano izquierda entre la tela del vestido y su erótica y provocativa braguita de color negro.
Ella seguía desabrochando la camisa de Daniel desesperadamente, lo consiguió. El torso de aquel amante lo tenía a su disposición. Era totalmente suyo. Lo abrazaba, lo acariciaba, le pasaba la lengua lascivamente, con lujuria desenfrenada. Metió su lengua en su ombligo. El respiraba hondamente. Los nervios y excitación de Isabella entorpecían la labor de desprenderle el cinturón del pantalón. No le importó. Acarició su entrepierna por encima de las prendas. La notaba dura, dura, muy dura.
El vestido de Isabella cayó sobre la alfombra. Deslumbrante, rutilante, deseable. ¡Ninfa mía! Te gozaré hasta la muerte, bella amante. Sí hazlo, respondió Isabella, mientras, consiguió desprender el cinturón del pantalón de Daniel. Éste la volvió a besar locamente, sus lenguas volvieron a enredarse, imitaban las olas del mar traspasadas por un huracán. Quitó urgentemente la traba del sujetador de Isabella, sus pechos sensuales quedaron a merced del hombre. Los rozó con el suyo, los acarició con sus dos manos, sus dedos hacían el movimiento de caracola con ellos, acercó sus labios, los besó lujuriosamente con lascivia, los lamió, los chupaba una y otra vez, los pezones de ella estaban erectos, sensuales. Él los seguía succionando. Ella se moría de placer, él de gusto. Mientras jugaba con su boca en los pechos de Isabella, sus manos no dejaban de jugar con su espalda, pasaba lenta y emocionadamente las yemas de sus dedos sobre las cuentas de su columna vertebral, desde la nuca hasta el cierre en su agujerito trasero. Había desprendido las braguitas del cuerpo de Isabella. Ahora la gozaba desnuda en su inmensa belleza. Ella después de mucho jugar con su mano entre el cuerpo de Daniel y su ropa interior, consiguió quitársela. El ariete de Daniel mostró toda su fuerza y esplendor. Viril, deseable, macho de verdad pensó ella. Eres un fabuloso fauno, espero poder complacerte, dijo ella entre susurros.
Aún seguían de pie ambos amantes, él acariciaba las piernas desnudas de Isabella, acarició su entrepierna, descubrió que estaba exenta de vello, dulcemente depilada. Esto le excitó sobremanera, pensó en pasar su lengua entre aquel mar de calor. Ella no lo dejó. Se abrió de piernas y permitió que el ariete de Daniel penetrara su cueva de la pasión. De pie parecían la hendidura de la caña de bambú. En el primer empuje de la unión carnal, Isabella inundó con sus flujos de la fogosidad el ariete firme de Daniel. Sin dejar de penetrarla la echó sobre la cama y siguió copulando como si en verdad fuera un fauno salvaje. Ella sólo podía gritar de placer, sollozar de éxtasis, había alcanzado el climax. Dejó de penetrarla, pero no dejó de jugar con su clítoris. Allí puso su boca y su lengua, mientras lamía y lamía, sus traviesos dedos, trataban de meterse en el agujerito trasero de Isabella. Ella seguía excitada, jamás había tenido esas sensaciones tan profundas y tan gozosas. El dedo de Daniel hizo diana. Ella gritó de gusto. El la giró y la puso a cuatro patas, copuló con ella por detrás, perforando salvajemente su vulva. Con su dedo frotaba su clítoris con energía, con la otra mano acariciaba su espalda y sus pechos. Sus pezones también pedían guerra. La dejó descansar un segundo. Fue bastante para que ella se animara para acercarse hasta la linga de Daniel y conducirla hasta sus labios, jugó al principio con su glande, sus manos agarraron sus testículos con perversidad. El suspiraba de gozo. A veces daba un grito de placer. Metió todo el ariete de Daniel en su boca, y lo lamía por debajo, por delante, mordisqueaba suavemente el glande de Daniel, sus testículos cargados de los jugos del placer. El se levantó con energía, volvió a colocar a Isabella en la cama, separó sus piernas, se llevó los pies a sus hombros, la volvió a penetrar frenéticamente, ella sentía morir de placer y agotamiento, gritaba y gemía. Mientras la penetraba, con sus dedos acariciaba su clítoris, ella llegó de nuevo al clímax, los ojos de Daniel quedaron en blanco, eyaculó sus chorros del goce en la cueva de Isabella que, al inundarse, lo sintió tan caliente y excitante que cayó rendida de delicia.
Su sueño se cumplió.