Los caballeros del lugar junto con los marqueses, duques,
condes, vizcondes, deanes, sacristanes, curas y obispos se montaron sus
gloriosos festejos en el castillo del pueblo. Nombraron a sus regidores y
alcaldes bajo el antiguo método de yo te pongo y tú me rindes pleitesía, cumpliendo
como Dios manda con todo el protocolo de espadas, togas y túnicas de malla y
lino. Se comieron todos los majares, se bebieron todos los vinos y licores. Gozaron
de la lujuria que sus atacados miembros desataron. La mierda de los caballos la
dejaron sobre la calzada y lanzaron a los siervos sobre ella para que el brillo
y la higiene regresaran a la población después de su desenfrenada bacanal.
Los caballeros del lugar en sus conmemoraciones medievales dilapidaron
el erario público y para los humildes festejos de carnestolendas del castellano
pueblo solo dejaron despojos. Al pueblo
que les pagó con mucho sacrificio sus festejos medievales, solo le dejaron
perplejidad y miseria. A ese pueblo descalzo, a ese pueblo hambriento, a ese
pueblo que pasa frío, que está parado, sus caballeros han olvidado en un pozo,
aunque ellos ya vislumbran sus opíparas y sacrílegas comilonas de las Santas
Pascuas.