Y DE NUEVO, MIL VECES MIL.
Anodina, zafia, abigarrada, hiriente, abstracta, ruidosa, aborrecible, ¡ni siquiera el marqués de Estella se hubiera atrevido a realizar tan burda, insostenible e injusta intervención política!
La opositora caliente calentó días previos, con micrófono en ristre y cámaras vanidosas el ambiente en Estuario de las Siete Absolutas y, lanzando un discurso repleto de azagayas retóricas consiguió del César la celebración de asamblea extraordinaria y todos los habitantes del lugar intuyeron que esa extraña y extraordinaria convocatoria tendría un riesgo terrible para la sana y pacífica convivencia entre vecindades distintas o realidades opuestas. A casi todos les llegó a las neuronas que en torno a la asamblea de próceres acudirían entusiastas, los eternos y numerosísimos votos cautivos para agradecer la generosidad de los próceres mandatarios, mientras otros vecinos contemplaban la idea opuesta, la de los miembros de la comunidad que, iracundos por su perpetua marginalidad de los favores del poder, irían a reclamar solemnemente su trocito de pastel, empero, a la extraordinaria hora del Ángelus, hora sagrada para la columna caliente (imagino por el alineamiento y rectitud de las agujas del reloj) la plaza de Palacio se encontraba tan desierta como un Primero de Mayo cualquiera.
Exposiciones legales, reglamentarias, bostezos sobre comisiones de empleo que no emplean, entrecruzadas con pinzas peligrosas, jabalinas envenenadas y sendas coincidentes al tiempo que hartamente abominables, se esforzaron en exponer los próceres oponentes en su conjunto, mientras que el César, obligado por zumbidos inalámbricos -por cierto, en esta ocasión hiperbólica y extraordinariamente, ecuánime-, abandonó un instante la extraordinaria asamblea y, el prócer multidisciplinar, como Gary Cooper en “Solo ante el peligro”, desenfundado, similar y aburrida retahíla reglamentaria, en defensa del mancillado honor.
Estupor causó entre la muchedumbre expectante, que la oposición radical denunciara en ese foro los encadenamientos de relaciones de vasallaje, con desprecio absoluto hacia la centenaria institución que se encarga de velar por la seguridad jurídica de aquellos operarios de los que dijeron, que con antigüedad de lustros en su empleos, se les está negando la estabilidad económica y emocional por parte de los próceres mandatarios.
Irritabilidad, sonrojo y asombro provocó en el ciudadano publicitado —en realidad un mal ciudadano y un ejemplar a extinguir— cuando verificó que se produjo un inusual receso en la asamblea de próceres cuando, invocando protección a la intimidad y a la honorabilidad de los empleados afectados por las mociones y discusiones, se hizo un pacto de silencio incomprensible entre todos los miembros de la asamblea. Interpretó el ciudadano publicitado que los próceres establecieron un verdadero agravio comparativo. Éste mal vecino no quedó conforme en que su nombre, apellidos, dirección y número de identificación apareciera en todas las relaciones, órdenes, decretos y bandos de Estuario de las Siete Absolutas por resultar deudor al erario público, mientras los próceres en asamblea, silenciaron aquellos mismos datos de vecinos que, trabajando para la institución, detraían para sus casas dinero de ese mismo erario público. Interpretó el ciudadano moroso que los próceres en su conjunto establecieron un peligroso doble rasero.
Pero el final de la asamblea extraordinaria es que los miembros de la comunidad (todos) se preguntaron unos a otros al concluir aquella farsa montada para lucimiento personal de la prócer caliente, si entraba dentro de los límites de las insanas aspiraciones de esa iluminada por el desatino, provocarles un gasto en sus bolsillos de más de tres mil piezas de oro —asignaciones económicas a los próceres asistentes incluidas— para conocer en qué casilla del R.O.S. (recibo oficial del salario) figuraba una gratificación que no llegaba a los cincuenta denarios a un eventual trabajador de la Corte, motivada por una desafortunada decisión en su contratación y, la conclusión última del vecindario fue que nunca los próceres políticos debatían de política en términos enriquecedores para la comunidad, si es que alguna vez llegaron a hablar de ella, la política con letras mayúsculas.
Anodina, zafia, abigarrada, hiriente, abstracta, ruidosa, aborrecible, ¡ni siquiera el marqués de Estella se hubiera atrevido a realizar tan burda, insostenible e injusta intervención política!
La opositora caliente calentó días previos, con micrófono en ristre y cámaras vanidosas el ambiente en Estuario de las Siete Absolutas y, lanzando un discurso repleto de azagayas retóricas consiguió del César la celebración de asamblea extraordinaria y todos los habitantes del lugar intuyeron que esa extraña y extraordinaria convocatoria tendría un riesgo terrible para la sana y pacífica convivencia entre vecindades distintas o realidades opuestas. A casi todos les llegó a las neuronas que en torno a la asamblea de próceres acudirían entusiastas, los eternos y numerosísimos votos cautivos para agradecer la generosidad de los próceres mandatarios, mientras otros vecinos contemplaban la idea opuesta, la de los miembros de la comunidad que, iracundos por su perpetua marginalidad de los favores del poder, irían a reclamar solemnemente su trocito de pastel, empero, a la extraordinaria hora del Ángelus, hora sagrada para la columna caliente (imagino por el alineamiento y rectitud de las agujas del reloj) la plaza de Palacio se encontraba tan desierta como un Primero de Mayo cualquiera.
Exposiciones legales, reglamentarias, bostezos sobre comisiones de empleo que no emplean, entrecruzadas con pinzas peligrosas, jabalinas envenenadas y sendas coincidentes al tiempo que hartamente abominables, se esforzaron en exponer los próceres oponentes en su conjunto, mientras que el César, obligado por zumbidos inalámbricos -por cierto, en esta ocasión hiperbólica y extraordinariamente, ecuánime-, abandonó un instante la extraordinaria asamblea y, el prócer multidisciplinar, como Gary Cooper en “Solo ante el peligro”, desenfundado, similar y aburrida retahíla reglamentaria, en defensa del mancillado honor.
Estupor causó entre la muchedumbre expectante, que la oposición radical denunciara en ese foro los encadenamientos de relaciones de vasallaje, con desprecio absoluto hacia la centenaria institución que se encarga de velar por la seguridad jurídica de aquellos operarios de los que dijeron, que con antigüedad de lustros en su empleos, se les está negando la estabilidad económica y emocional por parte de los próceres mandatarios.
Irritabilidad, sonrojo y asombro provocó en el ciudadano publicitado —en realidad un mal ciudadano y un ejemplar a extinguir— cuando verificó que se produjo un inusual receso en la asamblea de próceres cuando, invocando protección a la intimidad y a la honorabilidad de los empleados afectados por las mociones y discusiones, se hizo un pacto de silencio incomprensible entre todos los miembros de la asamblea. Interpretó el ciudadano publicitado que los próceres establecieron un verdadero agravio comparativo. Éste mal vecino no quedó conforme en que su nombre, apellidos, dirección y número de identificación apareciera en todas las relaciones, órdenes, decretos y bandos de Estuario de las Siete Absolutas por resultar deudor al erario público, mientras los próceres en asamblea, silenciaron aquellos mismos datos de vecinos que, trabajando para la institución, detraían para sus casas dinero de ese mismo erario público. Interpretó el ciudadano moroso que los próceres en su conjunto establecieron un peligroso doble rasero.
Pero el final de la asamblea extraordinaria es que los miembros de la comunidad (todos) se preguntaron unos a otros al concluir aquella farsa montada para lucimiento personal de la prócer caliente, si entraba dentro de los límites de las insanas aspiraciones de esa iluminada por el desatino, provocarles un gasto en sus bolsillos de más de tres mil piezas de oro —asignaciones económicas a los próceres asistentes incluidas— para conocer en qué casilla del R.O.S. (recibo oficial del salario) figuraba una gratificación que no llegaba a los cincuenta denarios a un eventual trabajador de la Corte, motivada por una desafortunada decisión en su contratación y, la conclusión última del vecindario fue que nunca los próceres políticos debatían de política en términos enriquecedores para la comunidad, si es que alguna vez llegaron a hablar de ella, la política con letras mayúsculas.
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