ORIANA
Oriana, Oriana, Oriana.
¡Oh, Oriana!, de ojos verdes, ventanas al mundo y vértice de mi alocada pasión.
Oriana, de cejas incandescentes, camino de gloria y regocijo de mi indiscreta mirada.
Oriana, sólo el crisol tan embaucador que soportas entre los párpados me derrite de emoción.
Oriana, cuando recuerdo la sensibilidad impoluta de la epidermis del cilindro, eje mágico de donde emanan tus susurros y lamentos, renazco como la ola que rompe en la arena y regresa furiosa al interior del océano.
Oriana, siempre Oriana.
Oriana has mecido con suave delicadeza mis gónadas hasta hacerme gemir sonriente.
Oriana, la textura de apariencia iconoclasta de la redondez de tus hombros desnudos junto a la sensualidad de los puentes que trazan tus inolvidables abrazos consiguen que mi respiración se difumine en la mágica ilusión de contemplar esa pieza de tu cuerpo cada vez que el sol me irisa al amanecer.
Oriana, Oriana, Oriana.
Oriana, incomparable Oriana jugando con la piel de las delicadas yemas de tus caprichosos dedos recorriendo, subiendo y bajando, deprisa y despacio por los nudos de mi columna, de la nuca hasta el fin.
Oriana, Oriana, las sendas que dibujan tan exquisitamente tu vulva presionada por mi nariz, enjuagada por mi lengua, besada por mis labios y atrapando mi enhiesto ariete, oh, Oriana.
Oriana, Oriana, Oriana, la mujer de escurridizas y perfumadas axilas, ensalivadas por amor. Divertimento de mis hábiles extremidades para risas de tus dientes de diamante.
Oriana, Oriana de turgentes pechos del tamaño de un suave melocotón que abren el camino para que mis huidizas manos gocen de la superficie plana de tu vientre.
Oriana, de nalgas para besos eternos y suficientes para la palma de mi mano.
Oriana, Oriana, que avanzas hacía mí con electricidad en tus interminables muslos.
Oriana, Oriana, Oriana.
Oriana que descubrí mil y un sonidos emitidos por tu garganta al compás del juego de mis caricias sobre tu pieza más sensible.
Oriana que te has postrado en tu inmensa desnudez haciéndome gozar con la humedad de tus agradables e irresistibles cavidades hasta producirme un interminable éxtasis divino.
Oriana, Oriana, yo que conozco todos y cada uno de los pliegues de tu sexo, ahora que te he abatido y rapado el cerebro, ahora que puedo examinar la desnudez también de tu pensamiento, no soy capaz de descubrir la razón de tu abandono.
Oriana, Oriana, Oriana.
Oriana, Oriana, Oriana.
¡Oh, Oriana!, de ojos verdes, ventanas al mundo y vértice de mi alocada pasión.
Oriana, de cejas incandescentes, camino de gloria y regocijo de mi indiscreta mirada.
Oriana, sólo el crisol tan embaucador que soportas entre los párpados me derrite de emoción.
Oriana, cuando recuerdo la sensibilidad impoluta de la epidermis del cilindro, eje mágico de donde emanan tus susurros y lamentos, renazco como la ola que rompe en la arena y regresa furiosa al interior del océano.
Oriana, siempre Oriana.
Oriana has mecido con suave delicadeza mis gónadas hasta hacerme gemir sonriente.
Oriana, la textura de apariencia iconoclasta de la redondez de tus hombros desnudos junto a la sensualidad de los puentes que trazan tus inolvidables abrazos consiguen que mi respiración se difumine en la mágica ilusión de contemplar esa pieza de tu cuerpo cada vez que el sol me irisa al amanecer.
Oriana, Oriana, Oriana.
Oriana, incomparable Oriana jugando con la piel de las delicadas yemas de tus caprichosos dedos recorriendo, subiendo y bajando, deprisa y despacio por los nudos de mi columna, de la nuca hasta el fin.
Oriana, Oriana, las sendas que dibujan tan exquisitamente tu vulva presionada por mi nariz, enjuagada por mi lengua, besada por mis labios y atrapando mi enhiesto ariete, oh, Oriana.
Oriana, Oriana, Oriana, la mujer de escurridizas y perfumadas axilas, ensalivadas por amor. Divertimento de mis hábiles extremidades para risas de tus dientes de diamante.
Oriana, Oriana de turgentes pechos del tamaño de un suave melocotón que abren el camino para que mis huidizas manos gocen de la superficie plana de tu vientre.
Oriana, de nalgas para besos eternos y suficientes para la palma de mi mano.
Oriana, Oriana, que avanzas hacía mí con electricidad en tus interminables muslos.
Oriana, Oriana, Oriana.
Oriana que descubrí mil y un sonidos emitidos por tu garganta al compás del juego de mis caricias sobre tu pieza más sensible.
Oriana que te has postrado en tu inmensa desnudez haciéndome gozar con la humedad de tus agradables e irresistibles cavidades hasta producirme un interminable éxtasis divino.
Oriana, Oriana, yo que conozco todos y cada uno de los pliegues de tu sexo, ahora que te he abatido y rapado el cerebro, ahora que puedo examinar la desnudez también de tu pensamiento, no soy capaz de descubrir la razón de tu abandono.
Oriana, Oriana, Oriana.