miércoles, 18 de mayo de 2011

CINCO NOVIOS Y UN FUNERAL

CINCO NOVIOS Y UN FUNERAL
La Alcaldía se encontraba extraña, sufría sensaciones que su memoria tenía que rebobinar bastante en el tiempo para recordar un instante semejante. Se sentía atraída por el suceso que iba a protagonizar, pero también cohibida ante lo desconocido. Enterrar a su partener, y sí, lo consideraba su partener por los espectáculos que habían ofrecido a lo largo de los últimos veintiocho años, sacudía el cerebro y del corazón le brotaban aceleradamente sentimientos contrapuestos. Lo conocía tan bien que muy claro tenía cómo debería desarrollarse el funeral. Sería multitudinario, discreto, con acompañamiento de banda de música, con chófer oficial y en el duelo, su sempiterno compañero de todo, rezando o quizás maldiciendo. Sólo él lo sabría. Poco más. A la tumba le arrojaría su libro de cabecera, el ROM y de epitafio: “Os fue fácil crear al político. Casi imposible enterrar a la fiera que alimentasteis.”


El funeral era lo fácil del momento. Lo complicado era la elección del sustituto. Siempre hay sustituto. Siempre funciona el dicho de a rey muerto, rey puesto. Y en eso cavilaba y cavilaba la Alcaldía. Tenía que elegir compañero. Tenía que saber quién encajaría mejor en su sillón. Tenía que sentirse plena en el acto sublime, pero ¿quién?


Comenzó por lo sencillo. El abanico era de cinco pretendientes. Cinco ciudadanos, con sus respectivas huestes, se habían atrevido a tirarle los tejos a la Alcaldía. Otros hubieran querido ocuparla por el procedimiento de la violación, pero sólo se atrevían a manifestarlo ocultándose en pseudónimos panfletarios o cibernéticos.


Todos los pretendientes le habían pasado su declaración de amor y le habían comunicado sus intenciones y la Alcaldía reflexionó sobre las mismas. De tres de los cinco novios, ya conocía a sus respectivas familias de otras ocasiones. Se detuvo en dos que eran nuevos como pretendientes y analizó sus pretensiones a través de sus confesiones de amor.


Pensó, este chico, el de la familia magenta, llegará lejos. Es imaginativo, sin embargo la Alcaldía recordó que su jefa de familia le había negado a su tierra el derecho a debatir sobre su futuro en el cenáculo de los próceres de la nación y la Alcaldía no quería que eso se pudiese reproducir en su corazón. En su salón de plenos. La Alcaldía siempre fue partidaria de debatir de todo y con todos.


Continuó analizando al siguiente pretendiente, al de la familia de los liberticidas. Pronto resolvió al respecto. Su declaración de amor era impetuosa, corta, improvisada y sin más parientes en la nación a los que poder acudir en caso de emergencia.


Exhaló aire fresco y se detuvo en el novio de la familia de la izquierda transformadora. Era un viejo conocido con buena voluntad y mejores intenciones. Le reservó un puesto. En esta boda, la Alcaldía sabía que este pretendiente sería decisivo. Tal vez tuviera que llevar las alianzas.


Descansó y apuró un café. Escuchó una canción de Lou Reed –“Walk on the wild side” (Caminar por el lado salvaje)-, porque ahora venía lo difícil.


El novio de la histórica familia de las gaviotas que surcan los cielos azules, le pareció a la Alcaldía un chico amable y buen conversador aunque su discurso político no fuese lo suficientemente fluido. Claro, en la familia de las gaviotas nunca tuvieron discurso político, ¿cómo iba a ser fluido? A la Alcaldía le molestó que en su declaración de amor le pidiera, para empezar, una fotografía de su cuerpo desnudo. Un poco atrevido era este pretendiente, sin embargo estaba dispuesta a ofrecérsela si llegaba el caso. No había desperfecto que ocultar. También la Alcaldía sabía, por conversaciones con sus vecinas, como hacían las cosas los de la familia de las gaviotas: fiscalidad, la indirecta exclusivamente; los planes de ayuda a necesitados, los justos; el urbanismo, a la carta para especuladores y rentistas; vivienda, para quien tuviese dinero; la juventud, en su casa; la mujer, de acompañamiento; los inmigrantes, a su país; la seguridad, para el centro; los barrios, que se apañen como puedan; el deporte, para el que sea rentable, los parados, que emigren. Estas cosas no le gustaban a la Alcaldía, pero lo que más le sorprendió del discurso de este enamorado era el trato que quería dar a sus ciudadanos, a sus hijos. Los quería tratar como a clientes y las preguntas brotaron en batería de la mente de la Alcaldía: Si alguien no quería ser su cliente, ¿qué tenía que hacer?, ¿podría cambiar de proveedor?, ¿cómo? Los buenos clientes para una empresa son los que mejor y más pagan, ¿se establecería esta fórmula entre sus ciudadanos?, si un cliente resulta molesto, ¿va a dejar de trabajarle o de suministrarle?, ¿cómo va a repartir el rappel anual entre la clientela? Consideró pues, la Alcaldía, que a este pretendiente le vendría muy bien algo más de experiencia y rodaje político, tal vez en otra ocasión obtendría su aprobación.


Sabía que no estaba bien, pero para poder continuar con su reflexión, la Alcaldía, encendió un cigarrillo Ducados y la primera calada le llegó a lo más profundo de su ser. Cambió el disco.
El novio de la familia del puño y la rosa era un viejo amigo de la Alcaldía, sabía que su familia era muy extensa y por eso mismo tenía de todo. Bueno, malo y regular, pero su declaración, aunque algo extensa y reiterativa, fue la que más le convenció. Sólo le pidió dos cosas a este novio la Alcaldía. Le dijo antes de entregarse a él: no me engañes ni hagas nada que me recuerde a tu predecesor.


Después, agotada, se durmió y soñó. Soñó que el domingo caía una gran nevada sobre la ciudad que impedía avanzar a los carritos de los palos de golf.

2 comentarios:

Pedro Lozano dijo...

Aunque ideológicamente estamos distantes y no comparto el fondo de tu artículo tengo que aplaudir la forma, simplemente ¡brillante!.

Angel Fernández dijo...

Gracias Pedro. Ya sé que estamos algo distantes. Quizás la juventud nos dé una lección para que todos empecemos por lo que nos une para restar importancia a lo que nos separa.